20 | Palabras en forma de dagas y abrazos que reconfortan

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Escuché esa canción y sentí que iba con Jazz y su abuelita, más lo que le sucedió a él en el pasado (saquen un pañuelo porque este capítulo duele un poco) </3

20 | Palabras en forma de dagas y abrazos que reconfortan.

Jazz.

Habían pasado cuatro días desde que Jackson rondaba mi vida. Cuatro días en los que, debo admitir, se ha esforzado en conseguir cierto acercamiento hacia mí. El Jazz pequeño que deseaba un mísero saludo de su hermano mayor se encuentra emocionado, y el Jazz grande se reconforta con decir «un día a la vez».

Heather tiene razón. Algún día debo visitar a un profesional de la salud mental.

Jackson me hace una seña que interpreto como que es hora de irnos cuando termina de firmar los papeles de su compra. Consiguió un departamento que llamó su atención—después de acompañarlo a ver unos diez—porque se quedará a vivir aquí, en Londres.

No había caído en cuenta de sus maletas la noche en que hablamos, y al día siguiente se limitó a decir un «Me fuí de casa. Ya la situación con ellos era insostenible». También caí en cuenta de sus ojeras y de su aspecto algo desaliñado. Me da la impresión de que en este momento se encuentra desorientado y no es para menos, puesto que toda la vida vivió bajo los mandatos de alguien más.

—Está hecho—se convence cuando estamos en el auto, tamborileando sus dedos contra el volante de manera rápida. Emite una risita nasal que me hace voltear a verlo—. Está hecho—repite.

—¿Qué sucede, Jackson?

Desliza sus manos por su cabello y se acomoda en su asiento, inquieto.

—No tengo ni puta idea de lo que haré—me mira y reconozco el cansancio en su expresión. Seguramente no ha dormido bien últimamente—. Mi vida se basaba en complacer a mis padres, y lo peor es que eso yo lo veía muy bien. No fue hasta que te volviste a ir de casa, pese a las amenazas, que caí en cuenta de lo imbécil que había sido en mi vida—vuelve a tamborilear sus dedos en el volante con impaciencia—. Así que, en este momento me encuentro en blanco. No sé qué pasará conmigo en los próximos meses.

—¿Te arrepientes de irte de casa?

Niega rápidamente con la cabeza.

—Por primera vez siento tranquilidad.

Sonrío internamente. Ese es el primer paso.

—Jackson.

Vuelve a mirarme.

—¿Sí?

—No estás solo.

—¿No?

—Me tienes a mí. Además, llevo más años viviendo en Londres que tú. Seré tu guía turística hasta que tengas una idea de qué hacer—tengo la necesidad de recordarle algo que he aprendido, así que añado:—. Intenta vivir el presente.

Inhala una honda bocanada de aire y enciende el motor del auto.

—Gracias, Jazz. Pensé que me darías una patada con destino a Turquía nada más verme.

—Casi.

Resopla con diversión.

—Vayamos a por unas hamburguesas. Yo invito, pero no tengo idea de dónde venden.

Frunce el ceño al no saber dónde dirigirse. Reprimo una risa. Cuando vivíamos juntos me dedicaba a mirarlo en la espera de que me dijera algo, así que reconozco alguna de sus expresiones. No ha cambiado la de fruncir el ceño al no tener conocimiento de algo.

El poder de una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora