❝Prólogo❞

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El sabor a ácida realidad se instaló en su boca y tragó saliva para tratar de disipar lo pronunciado que se sentía, pero eso sólo hizo que la amargura se esparciera por su sistema mientras su garganta se tornaba seca y se creaba en ella un nudo difícil de desatar. De acuerdo, era mucho para procesar; y no tenía certeza de qué pasaría de ahora en más, lo único que tenía claro era que haría lo que había prometido.

Se sentía vacío, solo. Añoraba sentir esa aura reconfortante que lo cuidaba, pero la pena de su ida inundaba de tristeza su corazón. Se sentía la ausencia de un cuerpo entre sus brazos, algo le faltaba, no cuadraba, y lo peor, era que sabía exactamente qué era ese algo.

Su pecho de repente se sintió apretado, pequeño, hundido, era como si hubiese sucedido una implosión, como si se tratase de una lata y alguien viniera y la apretujara hasta hacerla una horrible deformación de lo que una vez fue.

Su corazón ardía en total dolor, la sangre que bombeaba se sentía como ácido por sus venas; derritiéndolo por dentro, haciéndolo sentir impotente.

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Miró su muñeca y ahí estaba, ese brazalete del día del amor y la amistad que su amor le había dado aún cuando era solamente él quién sentía algo, aquel que tanto guardó y atesoró toda su vida hasta ese día en el que se declaró, y el que, probablemente, seguiría estando presente en su existencia.

Sin desearlo, recordó todas las veces que estuvo a su lado, las risas y besos robados que compartieron; como se acurrucaban a la hora de dormir, y como evitaba que él se levantara hundiendo su cabeza en el cuello ajeno a la hora de levantarse.

Él no quería que se fuera, deseaba que se quedara, aunque fuera un poco más para que calentara sus labios con un corto beso, para poder despedirse, para poder decir un te amo. Sonaba egoísta, y quizás lo era. Querer volver a traerle sólo para que estuviera con él era un capricho, uno que nunca se cumpliría.

Ella ya no estaba más, ni lo estaría nunca. Sería solamente un fugaz recuerdo, total y completamente imaginario ante sus ojos, uno, que se reproduciría constantemente en su mente las veinticuatro horas de los siete días de la semana. Así de simple, no habría un punto medio, era todo, o nada; era verla todos los días o dejarla ir para siempre. La segunda no era una opción, no, no podía ser una, él decidió que no lo fuera.

No podría dejarla ir tan sencillamente, aunque la muerte se la haya arrebatado tan cruelmente y separado para siempre, cada vez que pensara en algo ahí estaría Ella.

Por mero gusto estaba atado a un pasado que ahora le lastimaba.

Pero como dice el dicho: "Por el que su gusto muere, hasta la muerte le sabe..."

Y él prefería morir antes que soltarla...

No podía seguir viviendo de la misma manera, pero lo intentaría.

Lo lamentaba...

Lamentaba no ser tan fuerte como para superarla.

Lamentaba no tenerla a Ella.

Psicología para Fracasados ϟ 𝐎𝐛𝐢𝐃𝐞𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora