Capítulo 2

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— ¿Sabes cuál es tu nombre?

— Bill.

— ¿Y tu apellido?

El azabache ni siquiera hizo el más mínimo esfuerzo por responder, no tenía ni puta idea.

Después de la redada, los agentes policiales rescataron al rededor de 28 personas. Había tanto varones como señoritas, pero la mayoría no llegaba a los 17. Tan pronto como fue posible, los oficiales movilizaron a las víctimas al refugio más cercano de Leipzig. Como era el protocolo en estos casos, primero intentarían identificarlos y luego serían sometidos a diversos análisis en busca de algún mal que tratar.

— De acuerdo, Bill. ¿Qué edad tienes? —la mujer continuó, moldeando su voz a una más amigable.

— Dicen que tengo 19. —el chico respondía con el mismo desinterés de un inicio.

— ¿Quién lo dice?

— Mi proxeneta.

Su frialdad tomaba por sorpresa a la mujer. El resto de víctimas se veían aturdidas, era difícil hacer qué dejen de llorar.

— Él le dice a nuestros clientes que tengo 19. —agregó Bill.

Las respuestas del muchacho eran cortas pero firmes. No titubeaba al hablar, ni parecía afectado al hacerlo. Simplemente respondía, y si no tenía la respuesta, ignoraba la existencia de la pregunta. En verdad que era distinto al resto de pacientes, no solo se veía en mejores condiciones, sino que era el único que no tenía menos de 17. La especialista estaba curiosa. ¿Lo habían salvado justo a tiempo?, según lo informado, en aquel lugar, una vez sus ángeles crecían, eran asesinados, vendidos o enviados a prostíbulos de peor trato incluso.

— ¿Qué sabes de tu proxeneta?

El chico volvió a tomar papel de estatua, esta vez desviando un poco la cabeza.

— ¿No quieres hablar de él?

Solo silencio. La mujer no hizo más preguntas por un momento, no quería perturbar al muchacho. Dejó el tema y comenzó a buscar algo entre sus folders. Sacó una foto de allí, que no tardó en mostrarle al chico.

— ¿Te resulta familiar?

Un joven de piel blanca que por descuido se veía un tono más canela de lo normal. Con trenzas africanas negras y un piercing en el lado izquierdo de los labios. Bastante guapo, demasiado en realidad. Había algo en él que le resultaba familiar, y no tardó mucho en darse cuenta. Bill casi siempre estaba maquillado, no pasaba más de dos horas sin pintura en su rostro. Pero juraba que con la cara lavada, aquel extraño se veía muy similar a él.

— Es Tom Kaulitz, un chico de 19 años que lleva denunciando la desaparición de su hermano gemelo desde que hace años.

El azabache guardó silencio, aunque no cambió mucho su expresión, su ceño fruncido era suficiente para indicar su confusión. ¿Un hermano gemelo? ¿Con esas pintas?

Para empezar ni eran tan parecidos. Le creía lo de hermanos, ¿pero gemelos?

La detective no se quedó allí, y buscando más imágenes saco unas cuantas de un pequeño sosteniendo y babeando un avioncito amarillo.

— Bill Kaulitz, se perdió a los cuatro años en un bar de mala muerte de Leipzig.

Por alguna razón, aquel juguete despertaba un sentimiento confuso en él. El amarillo era un color que le agradó siempre.

— Llamamos a la familia para notificar, estarán aquí por la mañana. Vendrán a verte y hacerte unas cuántas pruebas de sangre para determinar si eres el sujeto en cuestión. — explicó mientras guardaba todo.

Devil Eyes [Toll]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora