25| Todos olemos a muerto

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Jungkook


      El amanecer llega antes de lo que deseo. No es la luz mañanera de las ventanas lo que me despierta, tampoco el cuerpo desnudo de Taehyung removiéndose a mi lado. Es el sonido de mi teléfono. Suena un par de veces hasta que logro ser consciente de la realidad y tomarlo.

Merin.

Exclamo una maldición y me levanto rápido de la cama. Siento que el corazón me palpita en la mano mientras camino rápido hacia el baño. Taehyung no se despierta.

—¿Hola? —contesto con la garganta seca.

—Uh, ¿te desperté? —pregunta Merin del otro lado.

Aprieto los labios. Pocas veces he tenido que mentirle a Merin, pienso, pero en el fondo sé que no es así. No pienso en la cantidad de veces que asentí cuando ella me preguntó si la estaba pasando bien en una fiesta familiar, en cada momento que pasé sonriendo, hablando, fingiendo interés. No pienso, pues, en todas las veces que fingí tener un orgasmo para calmarla, o en aceptar el querer abrazarla en las noches, aunque no me apetecía.

Es fácil mentirle a Merin, y eso me convierte en un monstruo.

—Sí —contesto— ya debería estar despierto, no sé por qué no sonó mi alarma.

—Ya veo —dice— ¿dónde estás? Vine a la casa por una carpeta que olvidé ayer y no estás.

—En la morgue —respondo—. Un hombre de una familia importante falleció en la madrugada y me quedé preparando su cuerpo para el funeral.

—Ah, por eso la cama está hecha. Debes estar cansado —dice.

Hago una mueca y miro al suelo. —Uhm, algo.

—Bueno, ¿y todo bien?

—Sí, ¿y tú? —trago saliva— ¿Qué tal tu pijamada?

Ella pasa unos minutos contándome al respecto, y mientras habla, mi cuerpo reacciona con estímulos ante la ansiedad que me provoca mentirle tan descarada y vilmente. Me arde el pecho escucharla tan animada, tan inocente, tan lejos de la verdad. Ignorante, pues, de que no estoy en el trabajo, sino en la habitación de un hotel con su hermano desnudo en la cama.

Qué repudio he de dar a los ojos de cualquier otra persona; qué poco valor, qué poca moral. Qué asco. Quiero cortarle la llamada y esconderme en cualquier lugar del mundo. No sé cómo enfrentar, no sé qué decir. Doy respuestas automatizadas, la incito a contarme más, pero lo cierto es que su voz me provoca náuseas y dolor de cabeza.

Cuando la llamada se corta, me doy un tiempo para meditar de pie en el baño. No quiero ni verme en el espejo, no sé con qué cara me voy a enfrentar a la versión de treinta años mía; la que nunca le hubiera sido infiel a su esposa, la que no está parado donde está.

Quiero tirarme al piso y llorar como un niño, esperar a que alguien me consuele y arregle mis problemas. Quiero perderme en las gotas de lluvia que caen y lograr olvidar que existo; que Dios me reciba en el cielo pese a ser una persona tan detestable; que mi madre aparezca.

Siento que me falta el aire, así que salgo del baño. Lo hago porque en la cama está aquel que me incita al pecado y luego me saca a rastras del dolor que me causa perpetuarlo. Funge como calmante en mi organismo; me adormece los pensamientos cuando sólo está él.

Su cabello le tapa la mitad de la cara. Está extendido en la cama, y aunque aún duerme, muestra el pecho con orgullo como si estuviera despierto y se quisiera lucir. Nunca vi sus facciones tan relajadas; parece aún más joven, más inocente. Camino hacia él mientras le agradezco a Dios por su existencia; por permitirme volver a sentirme vivo en los brazos de alguien que puede explotar la belleza de su vida con quien quiera, y sin embargo está aquí, convirtiéndose conmigo en las peores personas de todos los universos ajenos excepto el nuestro cuando estamos juntos.

clámame, vehemencia [KookTae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora