EPÍLOGO

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En su sueño, había una figura inclinada sobre su cama, sonriendo dulcemente mientras le miraba con ojos llenos de cariño.

Ethan recordaba haber visto ese rostro antes, pero no sabía de dónde era.

-Jamás me iré, ¿está bien? Siempre estaré a tu lado, mi pequeño bebé. Jamás voy a abandonarte, estaremos juntos por toda la vida.

Algo parecía doler en su interior ante esas palabras.

Extendió su mano para poder tocar a la persona frente a él, sin embargo, el cuerpo pareció desvanecerse entre sus dedos como si sólo fuera humo y vapor, disolviéndose en el aire.

Entonces, despertó.

Jadeó en busca de aire, sudor pegándose a su rostro con los últimos vestigios de sueño desapareciendo, y miró la hora, pensando en lo que podría haberlo despertado.

Ah, por supuesto.

Los gritos.

Por lo menos una vez a la semana, sus padres peleaban a gritos en mitad de la noche por el tema de siempre, así como tenía ese sueño disperso al que ya se acostumbró.

-¡Esta es tu maldita casa, Eren Jaeger! -gritaba mamá con tono quebrado-. ¡¿Por qué no puedes entenderlo?!

-Vete a la mierda, Mikasa -gruñía papá, sin una pizca de compasión en su voz-, tú y yo sabemos que nunca seremos una familia.

-¡Han pasado catorce años...!

-¡Cállate! ¡Cállate, maldita sea!

Y luego el portazo.

Ethan se recostó en la cama una vez más, suspirando y sintiendo el aire cargado de una tensión que lo hundía un poco más con cada día que pasaba.

La puerta de su cuarto se abrió y Ethan miró a Mikasa Jaeger entrar con ojos llorosos y aspecto agotado.

-Hey, cariño -susurró su mamá, y Ethan negó con la cabeza.

-No pasa nada -le murmuró-, ya estaba despierto.

Mikasa sonrió débilmente.

-¿Ansioso porque mañana es tu primer día de clases? -la mujer entró a la habitación, sentándose en el borde de la cama, y despeinó su cabello de forma amorosa. Ethan soltó una risa baja, aunque algo no parecía del todo correcto con esa imagen.

Siempre había algo que no parecía correcto, pero no podía descifrar el por qué.

-Claro que sí -mintió, antes de tomar valentía-. ¿Por qué peleaban tú y papá?

Los ojos de su madre se desviaron.

-Ha llegado borracho otra vez -dijo Mikasa como si nada, su mano acariciando su cuello.

Ethan observó la piel de la mujer, notando su boca apretada en un rictus de pena, porque era bastante obvio lo que estaba mal: no se veía ninguna marca sobre el cuello de su madre.

Sólo piel limpia, sana, ninguna cicatriz o mancha que marcara que pertenecía a su alfa.

No, la única prueba de que ellos estaban juntos y eran un matrimonio feliz era él, Ethan, y su hermana menor, Ame Jaeger.

Ethan no podía recordar alguna vez si hubo palabras o una mirada de amor entre ellos.

Quizás de su madre sí, pues ella parecía siempre dispuesta a satisfacer a su padre, aunque nunca lo vio sonreírle. De parte de su padre, el callado y gruñón alfa, sólo había frialdad, desprecio, casi un odio profundo que a veces realmente le asustaba.

Kilig - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora