𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 8

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𝐒𝐡𝐞⁂

Para los ojos de sus captores, ella era solamente una niña que apenas podía hablar su lengua. Solo balbuceaba incoherencias, y claramente, hablaban idiomas completamente distintos, pero a ellos no les importaba, claro que no.

Poco menos les importó cuando llegaron a la gran isla y robaron los tesoros del palacio con pilares de colores rojo y negro. Tampoco les importó profanar los templos sagrados ni quemar los pequeños poblados, ni mucho menos cuando arrancaron a la niña de su madre moribunda.

No obstante, la niña solo repetía la misma oración a la diosa del hogar que tarde mente reconocerían como Hestia.

Había otros como ella, encadenados con fríos y pesados grilletes de metal, pero ninguno era tan joven como ella y mediante esto, la separaron de su gente para dejarla en la carpa del corsario de grasienta barba color castaño. Al lado del hombre con rostro endurecido por las batallas, se encontraba una mujer tan guapa como la que había sido reina de aquella isla. Su cabello color negro azabache estaba trenzado y recogido, y sobre su cabeza se encontraban varios broches de cobre con pequeñas gemas preciosas.

La niña la miró solamente a ella, pues era la menos severa, pero esta no la miraba como otro ser humano, es más, la miraba como si estuviera viendo a una yegua a la cual vender.

—¿Quién es esta? —Preguntó el hombre, más la niña no podía entenderle. Su lengua era invasora y estaba prohibido hablarlo, puesto que eran los hombres que habían destruido su patria y robado sus hogares.

—Es la hija de una partera. Las ancianas la llaman bruja, pero es solo una niña.

—¿Esta niña tiene nombre? —Preguntó nuevamente el hombre mientras se colocaba de pie, y con paso lento se acercó a la niña.

Desde que llegó no había podido verle a la cara y se moría por ver si era igual o más bella que su mujer, pero si eso era posible, sabía que esta niña no viviría tanto puesto que los celos y la envidia de su mujer seria tal, que era más probable que la criatura apareciera con el rostro quemado que muerta.

El hombre desenvainó su espada y con la punta de esta, la colocó bajo la barbilla de la niña y la obligó a levantar su cara. Su cabello largo y ondulado cubría gran parte de su rostro, pero fue suficiente para él ver que su nariz era pequeña, sus labios eran carnosos y que sus ojos eran tan brillantes como las gemas y de un color oscuro como la tierra.

Una verdadera belleza cretense pensó el hombre complacido de estar frente a una joven realmente bella.

—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó acercándose a ella hasta sentir el olor salado del mar en su ropa.

El olor era lo de menos, puesto que, si la bañaba y le tiraba encima aceites esenciales, terminaría oliendo a flores y cuando eso suceda, ordenaría que la entregasen a él en una noche y vería que tan sabrosa es la carne de una doncella.

La niña no le respondió puesto que no le entendía, pero temblaba ferozmente como si la hubieran sacado del agua helada. El hombre sabía que ella estaba asustada y que había estado llorando por lo hinchado que estaban sus preciosos ojos, pero no le importaba. No le importó quemar el palacio de Cnosos, y mucho menos le importará enseñarle a la niña a golpes su lengua. Pero no quería estropear su rostro y su piel, puesto que una belleza así le podría dar al menos tres hijos más hasta que su mujer decida deshacerse de ella.

El hombre miró a su traductor y este le habló a la niña en una lengua tan curiosa y difícil de aprender.

Pero lo que más le sorprendió, fue que la niña le respondiera. Su voz amielada era tan dulce y delicada, pero él sabía que pronto se cansaría de escucharla. Consumir tanto dulce es cansador, sobre todo podía llegar a enfermar. Pero él disfrutaría de ella hasta que se aburra.

Umbra | Sombras [Jasper Hale]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora