El pobre Jeremías no tuvo más remedio que acatar las órdenes de su malhumorado jefe, eso, si no quería terminar, como un maldito colador. Cerró los ojos, respiró profundo y muy a su pesar, dio la voz de mando al resto de los hombres; quienes corrieron en manada hacia las barracas, mientras los gritos de aquellos pobres infelices surcaba el aire.
Ernesto amarró de pies y manos a la desalmada de Michael, junto a la gran escalinata de la entrada; tenía “planes” para ella, juró años antes, frente al cuerpo descuartizado de Tony, que haría sufrir amargamente, a los responsables.
Ella, a pesar de su estado, lo retaba con cada mirada; mientras él sonreía divertido, poco o nada podía hacer ahora. Se le acercó lentamente, arrodillándose a su lado y la tomó con fuerza de los cabellos.
—No me veas así, querida, ambos sabemos que no soy tu tipo, ni tú el mío.
—Ríete cuanto quieras, pero no soy la única que te quiere ver sufrir, ya te lo dije y los días de tu puta, están contados—su risa le hiela la sangre, el temor de que sea cierto y algo le pase a la pobre Anahí o a su embarazo, le da un vuelco en el corazón.
Por unos momentos permanece en silencio, sus cuencas van de un lado al otro, desesperadas, acto que no pasa desapercibido para la morena, quién lo observa con aire triunfal, nada le daría más gusto que ver a su enemigo consumido y derrotado.
—¿ Qué pasa Diablo?—interroga con sarcasmo—. ¿ Te ha comido la lengua el gato?
Él aprieta la mandíbula, poniéndose en pie de un salto, mientras unos hombres llegan corriendo. Parece conocerlos, pero su molestia incrementa a cada segundo. Los chicos, entusiasmados al principio, al notar su reacción; comienzan a mirarse entre sí, nerviosos.
—¿ Se puede saber qué coño hacen aquí?—ladra, mientras se vuelven más pequeños que un alfiler ante su abrasadora mirada.
—Es que su móvil no dejaba de sonar, me tomé el atrevimiento de ver la pantalla, parece que es de la casona—admite el más joven, con un temblor en la voz.
El chico le acerca una bolsa envuelta en precinta, donde al parecer resguardaron el teléfono, para que el agua salada no lo volviera inservible. Se lo arrebató de las manos, molesto, mientras el pobre joven volvía con los otros.
Justo cuando iba a empezar a desenvolverlo, unos tiros retumbaron cerca de la playa y entre el sonido de los disparos, divisó una moto acuática escapando mar a dentro. La chica comenzó a reír con más ganas, mientras la rabia se apoderaba de él. Hecho una fiera se acercó a sus tropas, los pobres no sabían cómo verlo a los ojos.
—Vuelvo y repito—su voz sonó como un puto rayo—. ¿Cuáles eran sus órdenes?
Un silencio reinó y el olor a miedo era palpable, la tensión era tal, que podía cortarse con una navaja.
—¿ Cuáles fueron mis órdenes *repinga?
—No abandonar el barco y vigilar, para evitar cualquier posible escape—tartamudea uno de los hombres, aterrado.
—Y si lo tenían claro—sacó su catana de la espalda y los presentes temblaron, al ver el brillo ensangrentado en la hoja—. ¿ Por qué cojone’ están aquí y no allá?—con rabia, movió con fuerza su brazo, haciendo rodar la cabeza de un pobre cristiano; los demás se movieron hacia atrás, por instinto, sin apartar la vista del cuerpo sin vida, en la arena—. En esa maldita moto, acaba de escapar alguien… alguien, que podría poner todo por lo que hemos luchado; en riesgo y aquí están, como si nada.
—Pero… señor—intentó razonar nuevamente, el pobre Jeremías, quién volvía de cumplir su anterior mandato.
De un movimiento, deslizó a la velocidad de un rayo, la hoja de la ensangrentada catana y la detuvo a milímetros de su cuello, mientras el muchacho tragó grueso, viendo su vida pasar, en fracciones de segundo.
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Bitácoras Del Comienzo 1
RandomAnahí González Hernández tuvo una niñez muy atípica. Desde muy pequeña atravesó por situaciones muy dolorosas . Su entorno familiar era completamente disfuncional. Tras el divorcio de sus padres el panorama en lugar de mejorar , se vuelve más aterra...