I. Desaparecidos

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La noche se volvía cada vez más oscura augurando una tragedia. Helaba y la espesa niebla lo cubría todo dejando apenas visibles los techos de las casas más altas. La luna, que noches antes había iluminado cada rincón de la ciudad, se ocultaba ahora de todo aquel que le buscase. El viento sopló y la gélida ráfaga trajo consigo el sonido de botas apresuradas y amenazadores murmullos.

A unas calles de distancia, cerca de la linde del bosque, un tembloroso hilo de luz azul logró atravesar la cerrazón nocturna y llegó hasta dos figuras corpulentas que vestían extraños uniformes. Estaban asustados. Huían. Pero ¿qué podría atemorizar tanto a dos hombres de semejantes proporciones?

─¡Es Akna iluminando nuestro camino! ─dijo uno de ellos señalando a la pequeña luz azul─. Estamos cerca del pasaje, solo un poco más y estaremos en casa. ─Su voz era áspera, pero tenía una armonía en ella que la volvía peligrosamente fascinante, como una nota musical tosca y preocupada─. Necesitamos informar al capitán cuanto antes.

─Corre, debes prevenirlos... ─se escuchó decir al otro, ronco y apagado mientras se desplomaba en el suelo frío sujetando su vientre.

Fue entonces cuando la niebla se arremolinó a su alrededor, disipándose solo para volver con más fuerza y cubrir el cuerpo que ahora yacía inerte sobre el piso.

Un resplandor dorado proveniente del enorme bulto alumbró el callejón y eliminó las sombras que segundos antes lo engullían todo. El cuerpo tembló, sus extremidades se retorcieron formando garras donde antes hubo dedos, el cabello se hizo más largo y espeso cubriendo incluso el cuello y la espalda, y sus orejas emitieron un sonido casi asqueroso al cambiar a una forma más puntiaguda y colocarse en la parte alta de la cabeza. Lo que ahora se encontraba ahí no era humano.

El último roce de luz que emanó aquella criatura repasó el rostro del hombre que seguía de pie, dejando ver unos bellos ojos negros ahora llenos de agua. Con un nudo en la garganta y la vista borrosa, el soldado alzó en brazos al que fuera su compañero y corrió siguiendo la luz a la que antes había señalado; su respiración se agitaba con cada zancada por el peso extra que llevaba consigo y el vaho se arrastraba tras de él como si de una locomotora se tratase. Entre tanto, los sonidos de sus perseguidores eran cada vez más fuertes indicando que se acercaban, compitiendo en una carrera por la vida que él parecía ir perdiendo.

En cuestión de segundos, dos gigantescas sombras llegaron hasta la acera donde instantes antes había muerto el uniformado; éstas eran diferentes a las de ellos, parecían cambiar de forma o carecer de una, emulaban humo negruzco y se movían como bestias esperando atacar.

De repente, se escuchó un silbato seguido de lóbrego silencio. El hombre que seguía corriendo cayó de rodillas soltando su pesada carga, y ésta rodó por el suelo solo para ser inmediatamente acompañada por él. La niebla se arremolinó de nuevo, pero esta vez no hubo garras ni pelo, sino dos hilos brillantes brotando de su espalda como pequeños ríos nacientes, rodeándole y creciendo hasta formar un par de hermosas alas de plumas casi cristalinas que lo cubrieron. A la vista de cualquier ignorante, él habría sido un ángel caído en batalla.

Las bestias sin forma se acercaron hasta los cuerpos de los soldados y los levantaron con fauces gigantes y hediondas. La luz azul había desaparecido y así lo hicieron también las horribles criaturas y los perseguidores; nada quedó tras su partida y no hubo un solo testigo de aquel infortunado suceso o, dicho de otra forma, no hubo alguien a quien le importara, algo muy común en el mundo del hombre.

***

Lúa observaba desde uno de los balcones del Templo de Justicia dejando caer sus largos cabellos rojos por la baranda. Su padre, Laeosis, formaba parte del Concilio de Ancianos e intentaba calmar a las personas que se aglomeraban en la plaza rogando por una respuesta; por desgracia, nadie podía dárselas, puesto que nadie sabía dónde estaban los agentes Tallis y Cenius desde que perdieron su rastro hacía ya una semana, sumándose así, a los otros trece agentes perdidos en territorio humano. Era algo sin precedentes que mantenía en vilo a toda la ciudad y de lo que no paraban de hablar en el Gran Mercado del Sur. El rumor había comenzado a esparcirse como tinta sobre mantel y llegaba ya a las Doce Naciones, incluso a Khalterül, la más joven y alejada de todas, habitada por los demonios y de donde Lúa y su familia provenían.

Ecos del pasado | El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora