V. Enredos

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Estaba por amanecer cuando comenzaron a recuperar el color en sus rostros. De alguna manera se las habían arreglado para devolver a un fantasma directo desde la penumbra entre la vida y la muerte, y no cualquier fantasma, el famosísimo Lyrae se encontraba ahora entre ellos.

─¿No podías haber mencionado a cualquier otro, hermano?, ¿quizás uno un poco menos problemático?

─¡Perdón!

─¡Hasta habría preferido a Dazón «el come orejas»!

─¡Ya dije que lo siento!

─¡Silencio los dos! ─les regañó Tabatha─. De nada sirve llorar sobre la leche derramada. Ahora lo que necesitamos es pensar cómo arreglar...

─Espera. Creo que estoy algo cansado y no estoy entendiendo bien ─interrumpió Artas. Se llevó las manos a las sienes y se frotó los ojos. Frente a él se encontraba Koldo, bien despierto y más abrumado que nunca en su vida.

El joven dragón había sanado mucho más aprisa que cualquier otro paciente que hubiera pasado por aquella casa, sus heridas ya no sangraban y la cabeza había dejado de darle vueltas; salvo por el ala adolorida y porque casi quedan atrapados en el mundo de los muertos, podría haberse dicho que la unicornio hizo un gran trabajo.

Dejando de lado la inquietud que el espectro generaba, Koldo explicó todo por lo que había pasado, desde su padre desaparecido en el mundo humano, hasta el momento en que despertó entre el griterío provocado por el fantasma de Lyrae; sin embargo, y pese a sus esfuerzos, Artas no lograba amarrar todos los hilos. Entendía la historia que el chico le contaba ya por segunda vez, pero aquella horrible criatura y la luz que les salvó seguían siendo un misterio.

Al escuchar de nueva cuenta sobre la criatura de humo, los recuerdos de Artas volaron hasta la pieza de metal que habían encontrado en el bosque, había magia en ella, sin duda, pero una que jamás había visto, una aterradora oscuridad y vacío que llamaban a quien se acercaba más de la cuenta. ¿Qué era esa cosa? Todo aquel asunto le horrorizaba y le intrigaba por partes iguales.

De pronto, Irisa entró en la habitación con un montón de platos servidos sobre una bandeja; hacía su papel de anfitriona y entregó a cada uno el desayuno.

─Deben estar cansados y hambrientos ─les dijo.

─¡Yo sí! ─respondió Lyrae.

─Pero tú estás muerto, ¿cómo puedes tener hambre?

─Bueno, no lo sé... pero sí recuerdo que me gustaba comer.

─¿Qué tanto puedes recordar de tu vida? ─Oriol lo miraba con el ceño fruncido y ojos suspicaces.

─¿Recuerdas que casi haces que desaparezcan las Doce Naciones? ─añadió Koldo con gesto antipático.

Irisa no había reparado en lo atractivo que era este último hasta que lo escuchó hablar. De inmediato miró su reflejo en la bandeja, se acomodó unos cuantos cabellos que le caían por el rostro y se acercó a él con una amplia sonrisa, las mejillas encendidas y andar coqueto.

─¡Hola! ─dijo con torpeza mientras le tendía un plato de gachas dulces y pan demasiado tostado─. Si aún estás débil puedo ayudarte a comer.

Pronunció la frase con una vocecilla juguetona que pretendía ser sensual y tanto Ulrik como Oriol se giraron en redondo para ver la escena, aunque un tanto incrédulos de que dicha oferta fuera aceptada y más indiscretos de lo habitual.

─Estoy bien, gracias ─contestó Koldo lo más cortés que podía ante tal propuesta. Tomó la comida que le ofrecía y se alejó con disimulo.

─Muy bien, haremos esto por partes ─dijo Artas dando por zanjada cualquier conversación superflua que pudiera haber salido de aquella situación al ponerse de pie─. Lo primero es regresar a Lyrae a donde debería estar, después...

Ecos del pasado | El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora