XII. Atrapados

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El hombre de ojos dorados vio a sus bestias ser derribadas justo frente a él; rodeado de chillidos y sus preciadas esencias de oscuridad explotando hasta convertirse en polvo, entendió que había fallado miserablemente en su misión de recuperar lo que «el idiota humano» había perdido, no por las criaturas y el desastre a su alrededor, siempre podía hacer más, sino por las marcas en sus brazos, descubiertas ante quienes seguían con vida.

Aturdido, se arrastró por el suelo en busca de la esfera de los portales, pero en ese momento escuchó los cuernos de bronce acercándose. Buscó frenético entre la hierba y al fin la encontró; muy cerca de ahí, un pequeño cristal de forma irregular parpadeaba sobre el cuerpo de Henea.

Sin saber por qué, tomó aquel pequeño tesoro también y echó a correr hasta escabullirse entre los árboles, evitando así ser visto por los dos nephilim de alas blancas y doradas que llegaban encabezando la armada.

─¡¿Qué diablos pasó aquí?! ─preguntó Asier. Miraba a un lado y al otro en busca de pistas y sobrevivientes entre montones de hollín.

Zeth vadeó los cuerpos apiñados en círculo y llamó a sus compañeros, aliviado de descubrir a más de una driada respirando.

─¡Están vivos! ─exclamó.

Señaló a los otros guardias un lugar para que revisaran y se dispuso a comprobar el pulso a una joven goblin de cabello cobrizo, sin embargo, un «crac» llamó su atención. Desanduvo un paso y miró su bota: había pisado un extraño artefacto al acercarse a la chica y algunos pedacitos de vidrio se habían pegado a su suela.

─¿Qué es esto...? ─susurró, arqueando una ceja.

No llegó a inspeccionar el artefacto, pues justo entonces sus ojos descubrieron el cuerpo de Aren sin siquiera buscarlo. Sintió cómo la sangre se le iba hasta los pies y, ayudado por sus alas, se impulsó hasta donde el fénix yacía.

─¡Aren! ¡Despierta! ─Le sacudió para hacerlo reaccionar.

El atontado fénix balbuceó antes de abrir los ojos; sus gafas no estaban y apenas logró distinguir el rostro del nephilim.

─¡El cristal! ─exclamó y espabiló casi al instante. Se zafó de los brazos de Zeth y buscó desesperado entre la hierba junto a Henea─. ¡¿Dónde está el cristal?!

─¡Hay alguien en la arboleda! ─La advertencia de Asier hizo eco en el lugar mientras él corría dentro del bosque desenvainando su espada.

Le siguieron de cerca algunos guardias, que se dispersaron por la zona, y su hermano, quien guardó el teléfono de Dalim con descuido en su bolsillo para unirse a la cacería.

Los gemelos persiguieron al extraño, no obstante, éste parecía conocer el terreno aún mejor que ellos; atravesó entre la maleza más espesa y el suelo pantanoso al que cubría, les obligó a trepar por rocas tan estrechas que les era imposible usar sus alas y, sin darse cuenta, los chicos terminaron en la playa al norte de Arandra, con el hombre de ojos brillantes acechándoles desde su escondite.

La mueca burlona volvió a dibujarse en el rostro del extraño cuando sacó de entre sus ropas el abre portales y lo lanzó, no sin antes chasquear los dedos para que una enorme barrera de fuego se elevara, por poco quemando vivos a los nephilim.

─¡Cuidado! ─gritó Asier, y empujó a su hermano sobre una charca.

─¡El bosque! ─Zeth señaló en dirección a la arboleda, que ardió desde las raíces hasta las copas más altas en apenas un parpadeo.

La Guardia Celeste se apresuró a retener las llamas mientras decenas de sirenas redirigían las aguas de las islas flotantes. Al cabo de unos pocos minutos, todos se encontraron sumidos en un espeso aire repleto de ceniza, que se unió a la dejada por las criaturas nocturnas.

Ecos del pasado | El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora