IX. Pérdidas

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Caía la tarde y el Concilio de Ancianos seguía reunido a puerta cerrada en el Pabellón Gris. El General de la Guardia había llamado a cada agente y centinela, incluidos Asier y Zeth, así como Sulan y Tamlan, las sirenas que patrullaban con Sigrid cuando encontraron los cuerpos durante la madrugada. Éstos comenzaban a desesperar pues llevaban todo el día encerrados de reunión en reunión, siendo cuestionados de vez en cuando por algún superior que llevaba la información al Concilio.

─¡Esto es ridículo! ─gruñó Asier─. Dos hermanos están muertos y ellos solo parlotean y hacen las mismas preguntas una y otra vez.

Los otros compartían su sentir, pero no podían hacer más de lo que se les ordenaba, de modo que se limitaban a ver el alboroto de la plaza a través de la ventana.

─Me pregunto si habrá sobrevivido el dragón ─dijo Sulan, pensativa.

─O si Sigrid logró llegar al puerto ─añadió Tamlan.

Zeth les escuchaba en silencio intentando no olvidar los detalles de aquella noche, pensaba también en las driadas que se acercaban y en que podrían estar en peligro. ¿Tendrían que haberlas prevenido? De pronto, la puerta se abrió con un fuerte golpe y el estruendo lo arrancó de sus pensamientos.

─El Concilio quiere hablar con ustedes ─dijo el General, haciendo una seña para que le siguieran.

Los cuatro se incorporaron de un salto para seguir a su superior, quien caminó apresurado por los pasillos de la Sede de la Guardia y bajó para atravesar el tumulto de la plaza rumbo al Templo de Justicia. Había demasiada gente festejando por las calles y su andar se veía entorpecido por los que ya se encontraban algo ebrios. «Imran estaría igual» pensaron los hermanos, coincidiendo sin siquiera decir una sola palabra.

Al fin, llegaron a su destino y subieron por una extensa escalinata de mármol que llevaba a las enormes puertas del Pabellón Gris. Al pasar por las cámaras previas, notaron los ojos de varios eruditos de rango mayor observándoles y los interminables cuchicheos entre ellos. «Seguro que han visto los cadáveres cuando los trasladaron desde la playa» pensó Zeth.

─¡Parece que tuviéramos la peste! ─refunfuñó en voz baja Asier.

En cualquier otra ocasión sus acompañantes habrían sonreído y asentido, pero no esta vez.

─Quisiera saber cómo va todo en casa de Aren ─dijo Zeth con disimulo antes de detenerse frente a las puertas y escuchar los conocidos alaridos de su padre, discutiendo como siempre con Laeosis y aparentemente con alguien más.

─Parece que anda de buenas ─se burló Asier. Torció los ojos y soltó un gran suspiro.

El General entró de primero en el Pabellón e instantes después les llamó para que se le unieran. Los gemelos sintieron la mirada de Cassius sobre ellos apenas poner un pie dentro, pero haciendo caso omiso, avanzaron con los hombros tensos por el larguísimo corredor y se detuvieron frente a una mesa de cuarzo en forma de luna, donde se encontraban los doce Ancianos.

El Canciller, un fénix de porte soberbio, tomó la palabra y pidió que, uno a uno, explicaran lo ocurrido en las playas esa mañana. El primero en ser señalado para hablar fue Zeth, pero antes de que abriera la boca, los cuernos de bronce sonaron anunciando la llegada de la Caravana del Equinoccio.

El nephilim y varios de los presentes sonrieron aliviados: «las driadas han podido llegar sin problemas».

Por desgracia, el alivio solo duró hasta que el segundo cuerno retumbó en sus oídos.

***

Imran y Lúa esperaban pacientes mientras veían a Aren tratar al dragón que habían encontrado esa misma mañana: sus heridas no eran graves, pero el congelamiento al que parecía haber sido sometido empeoraba su estado y el golpe dado por Sigrid en definitiva no había ayudado.

Ecos del pasado | El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora