II. Coincidencias

110 6 23
                                    

Caía la noche sobre Erysand y Lyna seguía sollozando en su habitación. No había sido capaz de pronunciar una sola palabra aun cuando era su futuro el que habían estado planeando durante toda la tarde. Se miró al espejo tratando de encontrar una respuesta con desesperación, pero lo único que lograba distinguir era su reflejo, que de pronto parecía tener vida propia y le devolvía una enorme sonrisa algo siniestra. Pasmada, observó a su otro yo mostrándole sus rubios y cortos cabellos creciendo hasta ser una mata áspera y blanca, a la piel perdiendo el brillo poco a poco y curvándose hasta formar surcos en su rostro, a sus bellos ojos, iguales a aceitunas, ensombreciéndose con gran pena y amargura. Aquello era como ver pasar el tiempo sobre sí misma, era en lo que se convertiría si aceptaba casarse con alguien a quien no amaba, o al menos no de la forma en que todos esperaban que lo hiciera; Ciren era solo un buen amigo para ella y aunque le quisiera, la idea de ser su mujer no formaba parte de sus planes.

Se puso de pie, tomó un frasco y lo arrojó con rabia al espejo que seguía burlándose de ella, con la otra mano barrió todo cuanto se encontraba sobre la cómoda: no quería ver a esa Lyna y no necesitaba nada de aquello, necesitaba libertad y estaba furiosa por no haber sido menos cobarde para enfrentar a su padre. Ahora lo único que le quedaba para poder zafarse era escapar y unirse a la Guardia Celeste, una vez hechos los votos nadie podría hacerla volver y se le consideraría una valiente agente al servicio de las Doce Naciones. ¿Quién podría oponerse a ello?, si después de todo eso eran los Vaothias: tribus guerreras, consideradas además como las más fuertes criaturas en el Reino Oculto gracias a su Adalid, la gran carga invisible grabada en su alma, de quien tomaban los rasgos animales que les caracterizaban.

Una vez trazado su plan, Lyna tomó un viejo morral, metió en él sus más preciadas pertenencias y salió por la ventana; poseía la astucia del zorro, de modo que orejas y una densa cola carmesí resaltaron en la espesa noche, aunque apenas conocerla, su carácter algo voluble y una peculiar afición por meterse en problemas opacaban aquel radiante color.

Escondiendo su melena encendida entre las sombras, Ciren esperaba a las afueras de la ciudad sobre el puente de piedra que marcaba los límites con la nación de los Goblins; conocía a la perfección a su futura esposa y sabía que no se quedaría sentada esperando a que sus familias decidieran por ella. Recargó una de sus zarpas en la roca y esperó paciente hasta que un brillo se materializó en su cuello. Pudo sentir el helado filo de la daga clavándose en su piel y el sudor comenzó a salpicar su frente.

─¿Qué diablos haces aquí? ─escuchó la áspera voz de Lyna.

─¡Mi siempre dulce Lyna! ─El alivio en sus palabras era palpable a pesar de arrastrarlas con ironía─. Esperaba encontrarte aquí, aunque al parecer tú me has encontrado primero.

─Te lo advierto, no voy a casarme contigo.

─Lo sé, lo sé. Vengo en son de paz ─dijo levantando las manos justo cuando una gota de sangre empezaba a brotar.

La vaothia sopesó lo dicho por un minuto.

─Siendo así... ─suspiró y giró la daga entre sus dedos para guardarla en la funda que llevaba colgada de la cintura; el propio Ciren se la había regalado en su cumpleaños número veintiséis.

─¿De verdad creíste que te haría regresar para casarte conmigo? ─reprochó, sinceramente ofendido─. ¿Acaso me crees humano?

─Lo siento ─contestó ella sin saber qué más decir.

Ciren la abrazó como a una niña pequeña y luego posó su mirada felina en la suya.

─Jamás le haría algo así a mi «casi esposa» ─dijo guiñándole un ojo para hacerla reír, y tras algunos segundos de silencio, preguntó─: ¿y bien?, ¿a dónde vamos?

Ecos del pasado | El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora