VII. Humanos

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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene temas como asesinato, mutilación y tortura, de modo que podría resultar incómodo para algunos lectores. Por favor, proceda con precaución.

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Los extensos callejones que albergaban el mercado de Arandra se encontraban repletos, los edificios de dos pisos a ambos lados habían sido limpiados y la gente parecía volverse loca comprando mil cachivaches entre los puestos cubiertos por telas de colores, cada una más brillante que la anterior. Zeth y Asier parpadeaban más de lo que podría considerarse normal, pues los chillantes toldos les lastimaban los ojos cuando caminaban abriéndose paso con dificultad entre el gentío para completar su rondín de ese día.

─No logro entender cómo es que la gente se aloca tanto por la maldita primavera ─dijo Asier, malhumorado─. Es solo una estúpida estación, ¡llega cada año!

Zeth se limitó a sonreír y seguir caminando. Observaba cauteloso todo a su alrededor; de vez en cuando frenaba algún desencuentro entre los mercaderes que peleaban por los clientes o, mejor dicho, por las gemas en sus bolsillos; incluso en una que otra ocasión ayudó a levantar los toldos que caían debido a lo abarrotado del lugar. Su carácter era mucho más tranquilo que el de su gemelo y al contrario de éste, a él la primavera le parecía una bonita estación, aunque debía darle algo de razón a su hermano, pues el mercado se alborotaba con la llegada de las driadas al festival, así como los muchos otros visitantes de las Doce Naciones que iban a ver florecer el jardín de oro, haciendo de su trabajo como Guardias Celestes un verdadero suplicio.

Comenzaba la tarde cuando una muy conocida voz les hizo voltear.

─¡Muchachos! Por fin llegan, creí que no vendrían.

Un enano de larga barba, cabello castaño y orejas puntiagudas les saludaba desde la entrada de una taberna. Sus grandes ojos, uno gris y el otro marrón, se notaban soñolientos y su curtida piel se veía enrojecer en las mejillas, disipando cualquier duda sobre su sobriedad.

─¡Imran! ─exclamó Asier, cambiando el semblante fastidiado que había tenido durante todo el día por uno más alegre─. ¿No es aún temprano para que empieces a tomar?

─¿Empezar? ─preguntó irónico el enano.

─Ni siquiera son las seis de la tarde... ─añadió Zeth cruzándose de brazos.

Antes de que pudiera explicar algo, una licántropo furiosa salió de la taberna con un morral y un papel maltrecho enrollado a modo de pergamino. «¡Y no vuelvas!» le dijo a Imran, arrojándole ambas cosas a la cabeza.

─¡Ni quien quiera volver a este lugarsucho de mala muerte! ─gritó éste, estirándose para levantar las cosas del piso donde él mismo estaba tirado gracias al golpe del morral.

Los nephilim se acercaron deprisa para ayudarle.

─¿Y ahora qué has hecho? ─preguntó Zeth, esforzándose por no reír.

─Ya no hay respeto, muchachos. Ni siquiera en las tabernas ─suspiró acongojado y desenrolló el pergamino─. ¿Alguno tiene algo con qué escribir?, esa bruja debió quedarse con mi marcador. ─Los hermanos negaron con la cabeza─. Oh bueno... no importa, recordaría esta porquería de taberna de cualquier modo ─refunfuñó volviendo a guardar el pedazo de papel─. ¿Y ustedes que me dicen?, ¿ya están listos? ─preguntó, olvidándose del problema y apurándoles para que lo siguieran por entre los puestos.

─No te atrevas a mencionar la primavera ─resopló Asier, torciendo los ojos─, estoy harto de escuchar sobre eso.

─¡¿Cómo que harto?! ─preguntó el enano casi ofendido y alzando mucho la voz─. ¡¿Pero qué es lo que le pasa a la juventud hoy en día?!

Ecos del pasado | El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora