Ecos del pasado | El último deseo

III. Hermanos

Según la leyenda que su madre les contaba cuando eran pequeños, hacía mucho tiempo había existido una princesa llamada Hazané, que se enamoró perdidamente de un caballero cuyo nombre era Aumeryn. Ambos eran muy queridos y respetados por los suyos, sin embargo, pertenecían a dos reinos que habían estado en guerra durante siglos, por lo que los enamorados se veían obligados a encontrarse en secreto cada noche en un claro del bosque, justo a mitad de la frontera entre ambos territorios.

Una noche, un grupo de soldados inició una pelea que fue en aumento hasta convertirse en trifulca y luego en una batalla entre los dos ejércitos. Ésta se volvió tan feroz, que terminaron por incendiar todo a su paso, incluyendo el bosque donde se encontraban los amantes. Las llamas no dejaron un solo árbol o hierba con vida y, al ver la devastación, tanto el pueblo de Hazané como el de Aumeryn se vieron obligados a trabajar juntos para tratar de salvar algo de sus tierras. Por desgracia ya era tarde, pues el fuego había devorado cada ser viviente del que alguna vez fuera un bello paraje. Los hombres recorrieron cada rincón del desolado lugar encontrando solo cenizas y, en el centro de toda aquella destrucción, la figura de los dos jóvenes que se abrazaban convertidos en negra roca.

La luna, única testigo y confidente de aquel amor desventurado, maldijo a los soldados que habían causado la muerte de la pareja, llorando su partida por casi nueve días. Desde entonces, la figura de la princesa y el caballero se tornó el centro de las ciudades gemelas, capital de las naciones nombradas Hazané y Aumeryn en honor a ellos, y compartida por aquellos a quienes se les conoce como «los malditos por la luna».

Oriol y Ulrik disfrutaban de las historias de su madre, una licántropo llamada Tabatha, bastante bajita en comparación con otras, pero de gran temperamento. No obstante, había una que solo Oriol compartía con ella, pues veinte años atrás, un ejército de hombres había atravesado desde el mundo humano causando una gran devastación en las ciudades gemelas. Incontables vidas se perdieron aquel día para lograr repeler a los invasores, incluyendo a los padres de Oriol, nobles vampiros descendientes de una prestigiosa dinastía de Guardianes, quienes entregaron su vida para formar el sello que ahora cerraba el portal utilizando magia peligrosa que exigía un gran sacrificio. Los Bazilian dejaron a su hijo escondido con Tabatha, vieja amiga de la infancia, sabiendo que jamás volverían a verlo.

Para cuando la Guardia Celeste llegó, más de la mitad de la ciudad había caído, los soldados encontraron muertos por las calles y aceras, tanto humanos, como vampiros y licántropos; el mayor daño ya estaba hecho.

El Concilio de Ancianos encerró a los hombres que sobrevivieron en Vajtion, una fortaleza enorme situada en una isla submarina alejada de todo, y nombró a los padres de Oriol héroes de Hazané y Aumeryn, otorgándoles un lugar en el Bastión de las Almas junto a todos los otros héroes en la historia de las Doce Naciones.

Cuando Oriol y Tabatha pudieron salir de su escondite, el lugar estaba desolado, solo se podían observar algunos Guardias Celestes levantando a los muertos, padres buscando a sus hijos e hijos buscando a sus padres.

Caminaron entre el caos durante un largo rato hasta que de pronto un ruido en la calle llamó su atención; provenía de una pareja de licántropos que yacían inmóviles bajo un enorme pedazo de metal. Se acercaron con cuidado y Oriol miró una pequeña manita que se movía.

─¡Hay un bebé ahí abajo! ─gritó.

Un guardia que les escuchó se acercó para ayudarles, levantó la pesada viga y Tabatha se arrastró entre los cuerpos para encontrar al niño. De apenas unos meses de edad, el pequeño Ulrik les regalaba una enorme sonrisa, ajeno a lo que sucedía y sin saber que sus padres habían muerto protegiéndole. Esa misma sonrisa es la que veían a diario cuando se levantaban para ir a pescar, cazar y sobre todo cuando iban al Gran Mercado de Arandra a comprar chatarra para su colección.