X. Culpas

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Un par de ojos color ámbar, iluminados por la luz de un farol que resaltaba la enorme cicatriz del pómulo, fue lo primero que Lasriel vio al despertar. Entonces los recuerdos le llegaron de golpe: los monstruos de humo, el extraño de ojos dorados... ¡Anthía! ¡La Ithia hecha trizas! Se enderezó apresurada para descubrir al nephilim de la Guardia que le sostenía en brazos.

─¿Te encuentras bien, niña? ─preguntó Asier.

La joven lo miró desconcertada y después a su alrededor. El lugar estaba saturado de hollín flotando en el aire y la noche había caído de golpe. Los faroles que llevaban los soldados le mostraron los cuerpos tendidos sobre la hierba donde algunos, al igual que ella, recuperaban la conciencia ayudados por los soldados, pero otros muchos permanecían inmóviles. Ante tal escenario, solo el ruido de las armaduras de la Guardia logró disimular los sollozos de quienes comenzaban a despertar para toparse con la horrible realidad.

─¡Mis padres! ¡Hebel! ¿Dónde está Hebel? ─dijo, dando tumbos hasta soltarse de los brazos de Asier para ir en busca de su familia.

─¡Lasriel! ─La voz tranquilizadora de Dalim apareció a sus espaldas─. Aquí está Hebel ─dijo la goblin, que llevaba cargada a la pequeña de rosada cabellera; ésta dormía sobre su hombro y sus bracitos regordetes rodeaban el cuello de la chica.

Lasriel corrió hacia ellas con Asier todavía observándoles.

─¿Dónde están mis padres? ─preguntó a su amiga, pero ésta se mordió los labios y se limitó a mirar al nephilim.

─Lo siento, niña... ─musitó Asier antes de señalarle una dirección.

Del otro lado del camino, Artas y Aren se encontraban con Heirel; luchaban con él para sanar sus heridas y le reconfortaban mientras éste sostenía el cuerpo de Henea con su frente pegada a la de ella.

El mundo volvió a girar para Lasriel en aquel instante, igual o peor que al romper la Ithia, y un grito de dolor salió de su pecho ahogado por las lágrimas que escaparon de sus avellanadas prisiones. Corrió hacia sus padres y cayó de rodillas junto a ellos. El cuerpo de su madre seguía tibio, pero no se movía, y solo por un breve momento quiso creer que estaba durmiendo. Fue hasta que Oriol se acercó a ella, que la realidad le golpeó tan duro como nunca antes lo había hecho.

─Lo lamento ─dijo el vampiro cuando la abrazó─. Sé que no significará mucho para ti, pero tu madre nos ha salvado la vida a todos.

Las palabras de Oriol arrastraban su propia historia y se veía él mismo reflejado en la joven driada, quien ahora lloraba la pérdida de su madre a manos del mismo hechizo que le arrebató a la suya veinte años atrás.

Los sobrevivientes de la Caravana lloraron a los suyos mientras les subían en las carrozas de la Guardia y levantaban de la tierra montones de anémonas tan púrpuras que parecían negras: el tradicional símbolo de luto de Ederan. Las guías de flores serpentearon y cubrieron a sus hermanos caídos, resguardándolos durante el resto del camino hasta la ciudad.

Tras un viaje que pareció eterno, al fin las puertas de Arandra se abrieron ante ellos. La ciudad se encontraba decorada para el festival y la alegre música podía escucharse en todos los rincones. «¡La primavera llegó!» gritó un vaothia que se encontraba cerca cuando las primeras driadas entraron, sin embargo, el revuelo cesó al ver las flores fúnebres que les acompañaban.

Sobresaltado, el General ordenó a Sulan y Tamlan adelantarse hasta la plaza para dar aviso al Concilio y retirar cada signo de fiesta que pudieran encontrar, en tanto Eruditos sanadores iban a su encuentro para asistir a los heridos y encargarse de los cuerpos.

Los restos de Anthía, Henea y el Capitán Lother fueron los primeros en atravesar las puertas, seguidos de Heirel con Hebel en sus brazos y Lasriel abrazando a Dalim. Más atrás, un apagado Ulrik tomaba de la mano a Irisa e iban junto a Oriol y Sigrid, que ayudaban a Artas, cuya pierna había sido herida de gravedad dentro del torbellino. Muy cerca de ellos, Koldo y su padre caminaban con Lyna, siguiendo la carroza donde Ciren se encontraba inconsciente; y, al final, detrás de soldados, driadas y demás acompañantes, Lúa, Imran y Lyrae intentaban disuadir a Aren de entrar en la ciudad.

Ecos del pasado | El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora