─¿Estás seguro de que teñirte el cabello de verde es buena idea?
Nihira miraba con gesto de desaprobación a su amigo, quien mezclaba bayas y algunos químicos para lograr el color deseado; resaltar siempre había sido su sueño, pero la driada consideraba que había mejores maneras de lograrlo.
─¡Pues claro! ¿Qué nunca has querido ser diferente? ¿No te aburres?
Sus palabras sonaron sinceras y entusiastas mientras se agachaba sobre la tina de madera, pero cuando la mezcolanza verde comenzó a caer sobre su melena, no pudo evitar una punzada de arrepentimiento.
─¡Oh por Acat! ¡Esto quema! ─gimoteó sin poder enderezarse o abrir los ojos.
─Te dije que era mala idea.
Los saltitos provocados por el ardor, que en un principio parecían cómicos, se volvieron cada vez más violentos y, tras apenas unos pocos segundos, se tornaron carreras por toda la habitación. Asustada, la driada persiguió a su amigo lanzándole cubos de agua a medio llenar, aunque por desgracia, sin mucho tino.
─¡No te muevas!
─¡Arde! ─gritó el goblin y, acto seguido, salió despavorido escaleras abajo sujetándose la cabeza. La mezcla le escurría por los brazos hasta gotear por los codos y se acercaba amenazante a sus ojos. Presa del pánico, salpicó los pisos y algunos muebles antes de dirigirse a la puerta y echar a correr rumbo al río.
─¡Lyrae Gillard! ─La voz del campesino al que casi derriba resonó entre las casas─. ¡No pises mis repollos! ─dijo. Tomó el rastrillo viejo que llevaba y comenzó a perseguir al goblin para alejarlo de su huerto.
El pobre Lyrae corriendo a ciegas, Nihira con el cubo de agua tras él y el campesino gritándoles más allá con su rastrillo, eran un cuadro cómico digno de recordar. Entonces una sonora risotada, que solían escuchar muy a menudo, llegó hasta ellos seguida de una extraña ola que arrastró al goblin al río.
─¡Akaya! ─exclamaron sorprendidos al ver a la dragón que llegaba en ese momento acompañada de su primo.
Como siempre, la más cauta de los cuatro se veía en la necesidad de ayudarles a vadear las locuras del goblin y éste le sonreía agradecido desde el agua entre chorros verdes que le escurrían por todo el cuerpo.
─Lyrae... tienes que dejar de hacer tonterías. Un día podrías hacerte daño en verdad ─dijo Akaya, angustiada.
─¡Tengo todo bien calculado! Soy un Erudito, ¿recuerdas?
─Yo no estoy tan seguro de eso, alguien debió falsificar tus resultados ─replicó Alastor.
El joven dragón tenía un aspecto desenfadado y mordía una manzana que llevaba en la mano, aunque la carcajada de momentos antes aún podía adivinarse tras sus palabras y la diversión en sus brillantes ojos azules, iguales a los de su prima, era más que evidente.
Ambos pertenecían a la más antigua, y quizás también la más extraña familia en todo Qamaslar. Sin embargo, si había que clasificar a sus miembros por su rareza, Akaya siempre aparecía por delante de todos, pues su poder no nacía del fuego sino del agua: algo jamás visto hasta entonces que solía provocar un sinfín de chismorreos y teorías por demás absurdas; las lenguas más viperinas incluso habían llegado a rumorear que se debía a los amoríos de su madre con un noble de Äthala, pero lo cierto, es que nadie entendía sus insólitos dones.
─¿Qué diablos estabas haciendo ahora, Lyrae? ─preguntó Alastor, recargándose en un árbol sin la más mínima intención de ayudarle a levantarse pese a la solicitud de Akaya.
─Dijo que quiere el cabello verde ─contestó Nihira, torciendo sus bellos ojos dorados.
─Así que no te basta con estar chiflado, ahora también quieres que se note ─se mofó el dragón al tiempo que daba otro mordisco a su manzana.
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Ecos del pasado | El último deseo
FantasyLos habitantes del Reino Oculto han vivido por siglos atemorizados de los humanos y de las atrocidades que estos cometen, sin embargo una serie de desapariciones desencadenará un mal aún peor y traerá a la luz un sinfín de secretos y verdades olvida...