(Dieciocho) Simon

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Baz dormía desnudo entre mis brazos. Mis manos acariciaban su espalda, pero en realidad no estaba pensando en él. No pensaba en nadie más, sólo en que definitivamente una guerra milenaria se llevaría a cabo.

¿Dónde será? Quiero decir, tenía que ser lejos de los Normales.

¿Cuándo? Pronto. Más pronto de lo que desearía, y lo sé.

¿Hace cuánto no estoy en una guerra? Estoy un poco oxidado... En realidad nunca estuve en una guerra como tal, sólo era yo arreglando mis propios desastres.

Baz se giró en la cama, dándome la espalda. Su pecho tenía las cicatrices de los disparos en América pero su espalda era suave, como un pétalo de rosa.

Quiero protegerlo. Que no tenga más cicatrices. Él no tiene que pasar por esto.

Me levanté. Eran las tres de la mañana. Lo tapé, me vestí y salí de casa.

Tal vez, tal vez si tomo a la guerra por sorpresa y no que la guerra me tome por sopresa a mí, tal vez pueda protegerlo de todo, de todos.

Caminé con mi capucha puesta por todas las calles de la ciudad, desde las más oscuras hasta las plagadas de gente.

Nada. Ni un indicio de lucha.

-- ¿Por qué justo hoy parecen todos tan amigables? Maldita sea, no son vísperas de Navidad para que haya tanto amor.

Pateé una piedra. Empezaba a desesperarme, así que decidí volver.

Pasé por un callejón, aunque me detuve para esconderme detrás de un contenedor de basura cuando salieron dos personas de un bar de mala muerte.

El cartel neón de color rojo se encendía y se apagaba solo, probablemente por un cortocircuito en su cableado. Esa luz iluminaba apenas el rostro de uno de los que hablaban allí en la puerta, a veces se apagaba completamente y todo quedaba en penumbras. Pero yo ya lo había visto. Y no necesitaba verlo de nuevo para saber quién era.

Se fueron ambos, pero no yo. Me quedé ahí escondido hasta los primeros colores del amanecer en el cielo, luego corrí.

Abrí la puerta y Baz estaba allí, esperándome en el sillón que ambos compramos en IKEA con ese dinero, de brazos cruzados.

Su cabello estaba alborotado, su ceño fruncido, sus ojos hinchados. ¿Hace cuánto estaba allí, así, esperándome?-- ¿Dónde estabas? Maldita sea, Snow, son las putas seis de la mañana, ¿se puede saber donde carajos estabas?

Caí de rodillas. Las piernas me temblaban tanto como las palabras cuando quería explicarle. No tardó en sostenerme entre sus brazos, su expresión ahora suavizada al verme en el suelo.-- Amor, ¿estás bien? ¿Qué te sucedió? ¡Simon, por Crowley, respóndeme!

Lo miré a los ojos. Me faltaba el aire y el cabello lo tenía pegado a la frente por el sudor.

Baz usaba un pijama que había comprado para él con ese dinero, tenía pequeños Drácula esparcidos por todo el cuerpo.

Baz usaba productos para el cabello que también compré con ese dinero, el de la herencia.

-- Lo maté... Yo lo maté... --Atiné a decir simplemente. Baz lo maliterpretó, al parecer, porque su expresión pasó de preocupación a alteración. Sus labios rosados se entreabrieron, sus pupilas se encogieron.-- ¿A... quién mataste...?

Mis cejas también se apretaron haciendo que el entrecejo se me arrugue. Mi boca estaba seca.-- Al Mago... --En ese momento la cara de Baz volvió a cambiar. Como si se hubiera relajado.

Yo no estaba relajado. No estaba relajado porque yo maté al Mago. Lo vi cerrar sus ojos, lo lloré, vi como su vida se esfumaba de su pecho.

-- Yo lo maté, yo lo enterré, tiene que estar muerto y enterrado.

Ojos de cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora