24. Zeta

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Algo me sacó del sueño profundo en que estaba.

Me sobresaltó.

Había tenido la sensación de que alguna cosa había rozado mi rostro. Abrí los ojos asustado y me encontré con el rostro de David mirándome muy de cerca.

Tenía una mano suspendida en el aire, casi pegada a mi mejilla.

—¿Qué hacés? —fue lo primero que me surgió.

No respondió.

Se limitó a replegar el brazo y guardarlo bajo las frazadas.

—¿Me estabas acariciando?

Negó con la cabeza.

—¿David, me estabas acariciando mientras dormía? —repetí.

—No. No. Para nada. ¿Qué decís? ¿Estás loco? —balbuceó, visiblemente descolocado.

Le sostuve la mirada, desafiándolo.

Contrajo el gesto, se giró en la cama y se cubrió completo.

Me sentí descolocado.

Sin encontrar razón a lo que creía que acababa de suceder.

Volví a recostarme.

Mi mente disparaba las conjeturas más absurdas.

También me giré, dándole la espalda a él y a lo que fuera que hubiera ocurrido.

Apreté los ojos y suspiré, intentando responsabilizar de todo a aquella maldita borrachera.


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