4. El Guardia Encubierto

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Roman entró a su habitación en la mansión. Sofía se encontraba sentada en el borde de la cama, de piernas cruzadas. Se cubría con una bata húmeda (al igual que el cabello) que delataba que acababa de darse una ducha en su baño.

—Mientras te esperaba me refresqué un poco. Me sorprende que hayás pedido verme, después de lo de anoche... —Subió las piernas a la cama para acomodarse de lado, y dejó que la bata se deslizara por uno de sus hombros revelando sus pechos desnudos.

—No, no te sorprende. Me conocés, Sofía, ya sabés cómo soy, no lo puedo evitar. Como tampoco puedo evitar las ganas que te tengo.

—Sí, lo sé. Por eso me pregunto qué hacés ahí parado todavía. —Deslizó una mano por su pierna, lentamente, y retiró la tela de la bata dejando al descubierto su muslo.

Roman sonrió con hambre. Pero en vez de acercarse, se sacó la camiseta con un solo movimiento y se sentó en uno de los sillones frente a la cama, mirándola.

Sofía comprendió al instante lo que quería que hiciera, y se puso de pie. Recorrió su cuerpo con la mirada, cada músculo, cada tatuaje. Entonces dejó caer la bata, que se deslizó por su piel hasta quedar en el suelo, y se acercó a Roman, desnuda.

—¿Me extrañabas? —Se arrodilló frente a él y comenzó a desabrocharle el cinto. —Mm... Veo que sí —dijo metiendo la mano dentro de su pantalón.

Roman respiró hondo, disfrutando del suave y cálido tacto de sus dedos.

—Siempre volvés a mí, y por eso te perdono, porque los dos sabemos que al final, la única que sabe satisfacerte soy yo.

Y entonces se lo metió en la boca. Roman cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, disfrutando del húmedo recibimiento de sus labios.

Pero en su cabeza no podía dejar de pensar en Diana, en su tentador aroma, en sus ojos azules mirándolo con indecisión, en su beso. En las ganas que tenía de arrodillarla a ella de aquella manera.

Ajena a aquellos pensamientos, Sofía lo escuchó respirar entrecortadamente, y su abdomen se tensó. Él se inclinó hacia adelante para sostenerle la cabeza, enredando los dedos en su pelo mojado, y comenzó a moverse dentro y fuera de ella hasta que no aguantó más. Con un gruñido de placer, se descargó en su boca, permitiendo que la sensación eléctrica del orgasmo barriera la imagen de Diana de su cabeza.

Sofía levantó la cabeza y le sonrió, relamiéndose la comisura de los labios. Roman buscó la cajetilla de cigarrillos en su bolsillo y le tendió uno. La chica lo recibió y se puso de pie para buscar su bata, abandonada en el suelo a mitad de camino. El chico se subió la cremallera del pantalón, atándose el cinto, y se levantó para salir al balcón. Sofía lo siguió.

La noche era cálida y el cielo despejado dejaba visibles todas las estrellas del firmamento, con su brillo realzado por la ausencia de la luna. La chica se apoyó en su hombro, llevándose el cigarrillo a los labios para luego soltar el humo hacia un lado.

—¿Quién es la rubia nueva?

Roman la miró de reojo, maldiciendo aquella pregunta.

—Una mina que conocí en el Ecliptic.

—Ah. Yo también la vi en el club, el viernes pasado. En el baño, justo antes de que entraras a... Bueno, a cogerme contra su reservado.

Roman se atragantó con el humo al escucharla decir aquello, y no pudo evitar soltar una risa.

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Fernando se detuvo nada más cruzar la puerta del departamento.

NI EN TUS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora