3. Una Cita con la Psicóloga

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Roman se encontraba en el ala este de la planta alta de la mansión, en el gimnasio. Lucas estaba con él haciendo pesas en una de las máquinas, mientras que el otro rider se descargaba contra la bolsa de arena.

—¿Qué tal anoche? Sofía se puso de la cabeza cuando te fuiste con la rubia. Le dije que no te buscara, pero ya sabés cómo es cuando se trata de vos...

—Sofía siempre se pone de la cabeza. No importa lo que haga. —Gruñó, golpeando la bolsa con un fuerte puñetazo.

—Eso no es cierto —le discutió Lucas, haciendo una pausa para respirar—. Esa minita está loca por vos, Roman. No piensa en otra cosa. Normal que se le crucen los cables cada vez que se entera de que te cogés a otra.

—No es mi novia, y nunca ha sido la única. —Golpeó dos veces seguidas, y luego otra—. No sé por qué, últimamente, parece que tiene problemas para recordarlo...

—Yo creo que sí se acuerda, lo que pasa es que ya no está dispuesta a seguir aceptándolo.

Lucas se levantó de la máquina y fue a por una botella de agua. La destapó y bebió un trago, refrescándose la garganta.

—Pues es su problema, no el mío. A mí que no me venga con escenitas como la de anoche...

—¿Qué hizo?

—Cayó a mi casa a las seis de la mañana.

—¿Y qué le dijiste? ¿Estabas con la rubia todavía?

—Sí. Y le dije que se fuera. ¿Qué más le iba a decir?

—Qué culiado... —Se acercó a su amigo y le ofreció la botella—. No entiendo cómo hace para seguir buscándote hagás lo que hagás. Si yo fuera ella, te habría pegado una patada en el culo hace mucho tiempo.

Roman se encogió de hombros. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano, y le recibió la botella, llevándosela a los labios antes de contestar.

—Supongo que le interesa mi posición en el clan. O mi verga, ¿qué sé yo? Las minas no están hechas para entenderlas.

—Plata no necesita. Para mí que lo que busca es un anillo... Es la que más te ha durado.

Roman recordó entonces el anillo de Diana, que aguardaba su regreso en el vestuario. Se lo había sacado antes de vendarse las manos para entrenar. Pero no tardó en despejar aquel pensamiento de su cabeza, volviendo a la conversación.

—Solo porque no ha salido huyendo, no porque yo haya hecho algo para que se sienta especial. Me conocés, Lucas, no soy de los que dan anillos.

—Si seguís así te vas a quedar solo, ¿sabés?

—¿Solo? —Enarcó una ceja, poniéndolo en duda.

—No me refiero a tener minas a disposición para culiar cada vez que se te para.

—¿A qué te referís? ¿A una "señora Velázquez"? —Bufó, descartando la idea, y le devolvió la botella—. No, dejá. Paso, yo no quiero eso.

—Se nota. Pero igual, podrías considerarlo. Además, la familia de Sofía tiene recursos interesantes, y...

Lucas se calló al darse cuenta de la mirada asesina que Roman le estaba dedicando.

—¿Y qué tal la rubia, entonces?

—Diana —dijo Roman, volviéndose hacia la bolsa para continuar golpeándola.

—Así que tiene nombre. Y de princesa. ¿La vas a volver a ver?

—Sí. No he terminado con ella.

—Si tiene alguna amiga que esté buena, podrían presentármela...

NI EN TUS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora