7. La Buena Suerte

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Cuando Diana abrió los ojos por la mañana tardó en comprender qué había pasado. A medida que iba recobrando la consciencia, se dio cuenta de que estaba acostada con Roman en el sofá, entre sus brazos.

—Mierda, ¡mierda! —exclamó en voz baja, retirándose hacia atrás.

Al moverse, Roman se despertó.

—¿Qué tal tus sueños, bella durmiente?

—¿Por qué? ¿Dije algo? —preguntó, preocupada, recordando su sueño de la noche anterior.

—No exactamente. Pero me pateaste por lo menos cuatro veces.

—¿Y vos...? ¿No hiciste nada?

Roman se incorporó en el sofá y la miró, divertido.

—No te devolví las patadas, si es eso lo que me estás preguntando.

—Sabés que no es eso lo que te estoy preguntando...

—Si por "nada" te referís a si no me aproveché de vos, reconozco que se me pasó por la cabeza más de una vez... Pero no. No te toqué ni un pelo.

—¿En serio?

—Creeme. Si lo hubiera hecho te habrías despertado desnuda. Y feliz.

—¡Roman!

—¿Qué? —se quejó él, riendo—. Sobre que me porto bien por una vez, me lo reprochás. Pero, en fin, tu experimento de ayer ya terminó.

—¿Tan grave fue?

—Bastante, considerando que te me dormiste encima.

—¿Cómo que bastante?

—¿En serio querés que te lo explique? —le preguntó, alzando una ceja para provocarla.

—No, no, dejá. No hace falta.

Roman se puso de pie, desperezándose al hacerlo. Diana lo miró por unos segundos, y su vista descendió sin quererlo hasta su pantalón. Retiró rápidamente la mirada, pero Roman se dio cuenta.

—¿Qué? ¿Nunca has amanecido con un tipo? ¿O es que querés tocarla?

Ella puso los ojos en blanco.

—¿No tenés cosas que hacer? Son las nueve ya.

—Sí. Me quedaría a desayunarte... A desayunar con vos —se corrigió—. Pero me tengo que ir.

—Ja, ja. Tu humor sigue siendo horrible.

Diana se puso de pie y lo siguió hasta la puerta del departamento. Él la abrió, pero antes de salir se volvió para mirarla.

—¿Vas a acompañarme hasta abajo?

—No. Estoy descalza —respondió, señalándose los pies—. ¿Por?

Cuando volvió la vista hacia arriba, Roman la besó. Sin darle tiempo a reaccionar, la rodeó por la cintura y la atrajo hacia él enfatizando aquel beso que la dejó sin aliento. Después de eso la soltó.

—Capaz me paso más tarde. No hagás planes.

Pero Diana no contestó, se quedó parada en el umbral de la puerta, mirando cómo sé alejaba hacia la escalera con la sensación de sus labios aún sobre los de ella. 

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Marcos se sorprendió al ver aparecer a Roman aquella mañana.

—¿Buenas noticias? Hoy tenés mejor cara que otros días.

—Callate y trabajá. Y tomá —dijo tirando sobre la encimera unas barritas energéticas—, esas no tienen nueces.

NI EN TUS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora