6. El Rider con el Corazón Roto

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Estaba soñando, pero incluso dentro de su sueño los labios de Roman sabían igual de bien. Le acarició la nuca, descendiendo luego por su espalda sin separarse de su boca y, agarrándola por la cintura, la levantó del suelo. Diana jadeó, y lo rodeó con las piernas atrayéndolo más hacia ella. Entonces escuchó como se rompía la lujosa vajilla al estrellarse contra el suelo, pero no le importó. Lo único en lo que podía pensar en aquel momento era en el rider.

Roman se retiró de sus labios para apoyarla de espaldas sobre la mesa del reservado del Poland Palace, y comenzó a besar su escote, deslizando las manos ansiosamente a lo largo de toda ella, y entonces la soltó para desabrocharse el cinto y...

Abrió los ojos de golpe, sintiendo un delicioso cosquilleo entre las piernas.

—Oh, fuck —gimió, y estiró una mano para apagar la alarma del móvil.

No sabía qué le fastidiaba más: el hecho de haber soñado con Roman de aquella manera, o el no haber podido continuar soñando por culpa del despertador. Su móvil comenzó a sonar de nuevo, pero cuando quiso volver a apagarlo se dio cuenta de que no era la alarma, sino una llamada. Desenredándose las sábanas e ignorando la sensación que aún palpitaba entre sus piernas, atendió.

—¿Hola?

—Diana. Soy Fernando Ricci. ¿Te acordás de mí?

—Sí, claro. ¿Pasó algo? —Se incorporó de inmediato, atenta ante la posibilidad de que tuviera noticias sobre Marcos.

—Nada que deba preocuparte. Te llamo porque necesito que nos reunamos. ¿Te queda bien si nos vemos en una hora en la cafetería que hay a dos manzanas de tu casa? Bubbles Breakfast se llama.

—Sí, la conozco. Está bien, me levanto y voy para allá.

Y eso hizo. Se dio una ducha, y luego de elegir un conjunto deportivo se calzó y salió del edificio rumbo al Bubbles. Apenas llegó vio a Fernando sentado en una mesa al fondo, lejos de los ventanales que daban a la calle.

—Buenos días —la saludó al verla llegar, poniéndose de pie e invitándola a sentarse.

—Buenos días. ¿Qué ha pasado?

—Tengo relativas buenas noticias para vos.

—¿Sabés algo más de mi primo?

—No, no de tu primo. Pero sí se nos ha notificado que los Velázquez están buscando a Dylan Arias, el compañero de Marcos.

—Pero Orozco tiene a Dylan, ¿o no?

—Exacto. Lo que nos lleva a deducir que Velázquez no lo sabe. Ahora que se han movilizado tras él es posible que sea porque piensan que Dylan fue quien entregó la nota.

—Uff... Eso es un alivio. Capaz Marcos se lo dijo intentando protegerme —pensó en voz alta, y su semblante se ensombreció al imaginar qué clase de horrores debía estar viviendo su primo dentro del cuartel.

—¿Todavía seguís dispuesta a entregarnos a Roman Velázquez?

—Sí, claro. —Desvió la mirada, inquieta, y sus dedos buscaron la pulsera.

Fernando se la quedó mirando, esperando que agregara algo más, y Diana supo que estaba enterado de su cena con Roman.

—Dame tiempo. Todavía no confía en mí lo suficiente como para dejarme elegir a dónde ir. Tiene la tendencia a querer decidirlo todo...

—Puedo imaginarlo... Pero, ¿te trata bien? ¿Se sobrepasó con vos en algún momento? —preguntó con preocupación en la voz.

Diana no pudo evitar recordar el sábado en su departamento, cuando la había agarrado del cuello, y en el restaurante, cuando la había tocado sin su permiso y luego forzado a entregarle su tanga. Pero sacudió la cabeza, despejando aquellas imágenes, e intentando que el rubor que comenzaba a colorearle las mejillas retrocediera.

NI EN TUS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora