III

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El sol de mediodía con su calor abrasador iluminaba toda aquella región humana de las tierras de Zaron; la mayoría de ellas ya secándose, transformándose en hierba dura, estéril y quebradiza a los pies de los agricultores, los cuales intentaban desesperadamente sacar algo para la temporada.

En la ciudad, entre sus calles, ya se comenzaban a ver los estragos de esta escasez de comida y agua. La tensión de los ciudadanos se sentía palpable y más al tener esta falta de recursos que no les permitía realizar sus actividades diarias con tranquilidad. A pesar de ello intentaban seguir adelante, yendo a los pozos más lejanos que conocían o hacer largas filas a los carreteros que proporcionaban agua de río de las regiones del sur, en tinajas y barriles de madera; aunque estos, aprovechándose de la falta de este líquido fundamental, siempre la vendían a un precio bastante elevado. Afectando así a la economía de los pobladores y campesinos más pobres de ese reino amurallado que, al no tener con qué pagarla, la robaban o se resignaban a que quizá el día de mañana habría una mejor suerte.

Sin embargo, varios pueblerinos, cansados de no ser escuchados ni atendidos por quienes se supone velan por su bienestar y seguridad, comenzaba a conglomerarse frente a la plaza mayor frente al castillo de los reyes McCormick; en una protesta, por ahora silenciosa, que indicaba la gravedad de la situación si no se actuaba a tiempo.

Esta era la crisis que se vivía fuera del castillo Kupa. En el interior, en cambio, las cosas iban menos densas y parecía que apenas se notaba la mentada escasez.

Trasladándonos a los jardines reales, estos rebosaban de vida y esplendor, eran considerados a estas alturas como un pequeño paraíso, el cual era cuidadosamente atendido por las princesas que habitaban esas paredes.

Los rosales de distintos tamaños y tonalidades de rojos, azules y amarillos, abrían sus tersos pétalos ante los rayos de luz que llegaban hasta el patio. De igual forma, la verdura y espesor del pasto, coloreados de un verde intenso y vivaz, así como de los arbustos y los árboles frutales, daba ocasión perfecta para reposar en ellos.

Por los pasillos de alrededor los sirvientes y guardias se trasladaban de un lado a otro sin ningún tipo de descanso. Sin embargo, había un joven de mirada amable y cicatriz en su ojo y una pequeña damisela que, sin hacer caso del movimiento, jugaban tranquilos, solo esperando a la princesa mayor.

—¿Mi lady? ¿Dónde está?

Leopold de manera risueña hizo tal pregunta, andando por los caminos adoquinados situados en medio de toda aquella naturaleza. En el hueco de un arbusto la princesa, Karen McCormick, aguantaba sus risitas tapándose la boca con ambas manos. La pequeña de cuatro años jugaba a las escondidas junto al paladín de su hermana mayor, mientras ésta atendía asuntos reales en las juntas que siempre acontecían a esas horas del día.

Butters, que era su apodo, aparentaba que la buscaba, dando vueltas en el sendero. Pero desde hace un rato logró escucharla y la descubrió fácilmente al ver las ramas de su escondrijo moverse.

—Princesa, sabe que no soy muy bueno jugando a esto...

Fingió que se daba por vencido, aunque se acercó lento hasta el sitio. La niña rió, preparándose.

—¡Ya la vi!

Se abalanzó para atraparla, pero fue más rápida y salió corriendo. Persiguió a la menor entre, en un nuevo juego repentino de "atrápame si puedes" que Karen sacó de improviso. Corrían por los pasillos, escondiéndose en las columnas, en las macetas o yendo más allá hacia las áreas más alejadas donde se erigían los árboles frutales. Parecían divertirse mucho.

A la distancia desde un ventanal en el segundo piso, la hermosa princesa del reino Kupa Keep Kastle, Kenneth McCormick, suspiró de alegría viendo a Leopold jugar de forma tan afable con su hermanita. Deseaba estar junto a ellos y no en esa aburrida junta que ya llevaba hora y media y no parecía tener fin.

Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora