Capítulo 2. Preparativos

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Despertó al sentir los rayos del sol entrando por su balcón y el canto de las aves volando a través del pálido cielo le indicaron que ya tenía que levantarse. Se despabiló y estiró saliendo de su cama mullida y calientita. Se quedó pensando, frente al espejo de su tocador, en que había vuelto a soñar el día en que conoció a Cartman y no entendía por qué. Suponía que era porque lo odiaba y observarlo cada día en su hogar, el árbol primigenio, era lo que menos le agradaba de su vida. Apenas entornó los ojos para tomar el cuenco de agua tibia y tallarse el rostro, lavándose, y, al terminar, se secó con el paño fino que siempre le ponían a un lado.

En ese momento tocaron la puerta de su habitación, pero sin previo aviso y sin decir tan siquiera un “adelante” de parte de Kyle, un séquito de elfas y su madre, rodearon todo el lugar. Algunas comenzaron a limpiar, otras acomodaban la cama y otras se lo llevaron a rastras hasta su amplio clóset para vestirlo. La reina, por su parte, solo daba órdenes y con su magia indicaba todo lo que tenía que hacerse en el cuarto, parecía tener demasiada prisa.

—¡Mamá! ¡¿Qué sucede?! —dijo, sintiéndose cada vez más invadido.

Las manos de las mujeres iban de aquí para allá en todo su cuerpo. Entre forcejeos y rubores de su parte cuando le quitaron sus vestimentas de dormir, las chicas le pusieron sus mejores ropajes entre risitas; principalmente una de sus túnicas más finas. Una de color tinto y lleno de detalles dorados bordados con motivos de naturaleza.

Las chicas lo situaron de nuevo frente al tocador donde ya lo esperaba un tazón lleno de agua con frascos de tónicos de distintos colores y fragancias. Se deshicieron de su ushanka y comenzaron a lavarle sus largos rizos pelirrojos. Todo lo hacían con destreza y eficiencia, no por nada eran casi el séquito personal de la reina en organizar eventos y mantener como nuevo todo el palacio.

—¡Ay, no! Tenemos que quitar esas feas cortinas.

Se quejó Sheila a un par de elfos que llegaron. No escuchó las preguntas de su hijo.

—Todo tiene que estar listo para la bienvenida…

—Mamá, ¿de qué hablas? ¿Cuál bienveni-

Ahí fue que recordó, y lo que explicaba el comportamiento tan errático de su madre por tener todo arreglado. Se suponía que en unos días, dos a partir de ese momento para ser exactos, tendrían la visita de la princesa de las ninfas Nichole Daniels y su padre, el rey fauno, William Daniels. Todo sería una reunión para cotejar algunas situaciones políticas y comerciales de los reinos, en un modo de buscar alianzas y establecer, quizá, tratados o reformas entre ambas monarquías.

La presencia de la princesa era más que nada para que se conocieran, según le dijeron sus padres, pero Kyle intuía que todo este embrollo (de andarlo vistiendo con sus mejores ropas, perfumándolo y preparando incluso su alcoba) no era más que el intento inútil. Sí, inútil. De que ambos tuvieran algo más que una amistad.

Era de esperarse. Ya estaba entrando en la edad de casarse y su madre comenzaba a hacer esfuerzos en encontrar a la pareja perfecta para su buba, la o él adecuado que pudiera manejar el reino junto a él. Por ahora la reina rechazó la ayuda del consejo de los elfos, que eran principalmente ancianos, ya que ellos a veces elegían a las posibles parejas potenciales de los futuros monarcas siguiendo complicados criterios… algunos demasiado específicos que hacían más difíciles las uniones matrimoniales.

Terminaron de secar el cabello de Kyle y empezaron a peinarlo en una larga trenza que le llegaba hasta la mitad de su espalda, al final le adornaron su cabeza con la corona de raíces que solo usaba en ocasiones especiales. De forma discreta quiso quitársela para ponerse el gorro, pero el golpe de su madre en el dorso de su mano le indicó que no podría hacerlo. Al menos por ahora.

Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora