XI

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En los vestidores la luz solar apenas lograba entrar por aquellas rendijas de piedra por encima de la superficie, cuando Kyle cerró la puerta detrás de sí, al instante las pocas antorchas se encendieron en las partes más oscuras y recónditas del sitio.

—¿Estás bien? ¿Chris te hizo daño? Déjame revisarte —habló, de manera atropellada, obligando a Cartman a sentarse en una banca, mientras checaba cada parte expuesta del cuerpo del robusto—. Ay, Dioses...

Igual que una mamá preocupada por su pequeño, el príncipe trajo consigo una pequeña tinaja de madera que llenó de agua fresca junto con un trapo y comenzó a limpiar el rostro, manos y brazos de Eric. Podía vislumbrarse algún que otro rasguño sangrante o arena y suciedad que él desinfectaba y curaba gracias a un par de hechizos de sanación que conocía. Todo lo hizo de manera religiosa y delicada. Después de iniciada la tarea, no dijo nada más, quedó en silencio, en medio de sus pensamientos de culpa por no haber detenido a ninguno de los dos necios en esa absurda pelea.

El mago en todo el tiempo solo se dejó hacer, observando a Kyle y quejándose en voz baja del contacto frío del agua en sus heridas. La verdad es que no tenía ánimos de replicar o de tan siquiera burlarse de aquella actitud tan maternal. Donnely le dio tremenda paliza, la cual no sólo magulló su ego, sino también la confianza en sí mismo; aunque esto no solo era culpa del estúpido elfo rubio.

Esta vez sus ojos avellanas dirigieron su vista hacia el príncipe, los cuales mostraban algo de rencor y decepción.

—Tus manos están rojas... —suspiró Kyle, sin percatarse del enojo interno de Cartman hacia su persona.

Olvidando un poco su furia... Era cierto. Su faz tensa y sus hombros se relajaron al dirigir la vista a sus manos extendidas; el mango de la espada, en el poco tiempo que la usó, causó estragos en sus palmas. No le dolían, por ahora, pero quizás con el tiempo le empezarían a arder y los callos le serían insoportables. Sin embargo, a pesar de ello, a pesar del dolor que le depararía en unas horas, ver que Kyle las tocaba con compasión y las acariciaba suavemente le hacía sentir tranquilo, reconfortado. Cerró sus manos, permitiendo experimentar las del elfo entre sus dedos. Estas estaban frías por el agua, eran finas, algo suaves, aunque por el ejercicio con la espada ya comenzaba a salirle uno que otro callo. No obstante, lo que siempre le fascinó de ellas (las cuales admiraba en secreto) es que estas tenían un tono tan perfecto de piel. A diferencia de la suya, ahora que acariciaba con su pulgar el dorso de la mano de Kyle, estas cambiaron su tonalidad de blanco, rojizo hasta su característico tono cetrino. Deseó besarlas, llevarlas hasta su mejilla para tener más cerca ese contacto. Ese deseado contacto de ese amor que creía no correspondido.

A veces no podía creer cómo es que el príncipe frente a sí lo llegaba a afectar de aquella manera, de formas que él nunca pensó experimentar y vivir en su corazón.

Ante el tacto de las manos gruesas de Cartman, Kyle respingó e incluso un escalofrío recorrió su espalda. No dijo nada, mas su corazón retumbó en sus adentros; las manos de Eric estaban calientes y sus dedos fríos formaban una combinación de temperaturas difíciles de describir para él. Algo placentero, algo que podría decir sentía era "prohibido". Sus carrillos se colorearon de un color carmín, al igual que la punta de sus orejas.

Hechizado por aquellas caricias en su piel y contemplando al mago siendo tan gentil con él, de un modo que nunca creyó ver en toda su vida, comenzaron a sumirlo en sus propios pensamientos... Algunos que desde hace algún tiempo tenía con respecto a ellos y su relación.

¿Qué era lo que le estaba pasando? No entendía aquellas sensaciones dentro de su ser, lo hacían sentir tan confundido. Últimamente sólo ocurrían cuando estaba a solas con Cartman; su dizque "hermano", su dizque amigo, pero ahora esos títulos no eran suficientes. No eran los adecuados y, en realidad, no entraba en ninguna de esas categorías. ¿Eso era algo bueno? ¿Para él que significaba el mago? Aún no podía discernirlo con certeza, primero quería averiguar qué eran aquellos sentimientos y lo que significaban realmente para él.

Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora