17. Your arms feel like home

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En este punto de este peculiar relato, probablemente te encuentres al borde de la desesperación, tratando de descubrir los secretos celosamente guardados hasta el momento

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En este punto de este peculiar relato, probablemente te encuentres al borde de la desesperación, tratando de descubrir los secretos celosamente guardados hasta el momento. O quizás ya lo has deducido y sólo esperas una confirmación. Lastimosamente para ti y tu curiosidad, no soy yo la encargada de revelarlos. Eso sería aburrido, y, para aburrirme, basta con cerrar mis miles de ojos y dedicarme a contemplar mi propio e insonoro vacío; algo para nada agradable. Me gusta más la idea de mantenerme vigilante y narrarte lo que acontece alrededor de nuestra pareja, quienes ahora se encaminan velozmente hacia la misteriosa y, hasta el momento, desconocida morada del taciturno Kai. Lo cual, imagino, es algo que deseas con ansias conocer, tanto como lo hace la curiosa Ronnie.

—Pensé que vivías más cerca. —Mencionó ella, notando que los edificios en esa zona eran cada vez más escasos.

—Dije que vivía "en el lado opuesto de tu departamento" y eso abarca un amplio espectro. estamos en Southside

—Sí, pero esto se ve más como abandonado. —Notó al verlo tomar un giro en la Avenida Rockwell que los llevaba a un tipo de callejón rodeado por la vegetación y frondosos árboles de ciprés, llegando ya casi a orillas del río Vernon.

—¿Tienes miedo? —Preguntó él, observándola.

—No me gusta esa pregunta, suena a película con mal final para la protagonista.

Él suspiró pesadamente, utilizando toda la paciencia que era capaz de albergar su ser. La cual, para el mundo exterior era mínima; un grano en un reloj de arena. Para Ronnie, por el contrario, era la playa entera. Aunque había días específicos en donde incluso esta podía agotarse. —¿Acabas de insinuar que soy algún tipo malvado que va a hacerte daño? Porque creí que habíamos superado esa fase. —Dijo exasperado.

—No lo dije por eso. Es sólo que me parece extraño que vivas en un lugar tan solitario y alejado. Pasamos la última zona residencial hace unos diez minutos.

—Tienes razón. Yo, que soy el alma de las fiestas, viviendo sin vecinos molestos es algo impresionante ¿no?

—Con ese sarcasmo, me suena más a que son los vecinos los que huyen de ti.

—Eso suena un poco más acertado. Si tanto te preocupa, puedo girar y llevarte a casa. Digo, yo no juzgo, pero tu edificio tampoco está en uno de los mejores puntos de la ciudad.

—Pero está en el centro y es lo que la universidad me otorgó, no puedo hacer nada con eso.

—Bueno, esto es lo que logré conseguir yo. Así que tampoco puedo hacer nada con eso. —Bufó en respuesta.

—Bien ya, me callo. Confío en ti. —Soltó en un suspiro.

—¿Perdón? No escuché lo último.

Ella rodó los ojos y resopló con sonoridad. —Que confío en ti.

—Genial, es bueno saberlo. Y ya llegamos. —Anunció, antes de girar a la izquierda, para toparse con un enorme portón automático.

Al abrirse, las rejas dejaron ver la construcción frente a sus ojos. Una casa de dos plantas, bastante moderna y muy iluminada se alzaba ahí, en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, con una magnífica vista al río que la cruzaba. Ella lo desconocía, pero la falta de edificaciones vecinas no era porque el punto fuera de mala reputación o peligroso, sino porque no muchos podían permitirse pagar ese tipo de plusvalías. —Es una broma ¿no?

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