9: La vida es una caja de sorpresas

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Karina

Imbécil, idiota, estupida... ¿En qué momento decidí besar a una idiota como ella? Necesito lavarme la boca con jabón. Ya puede ser esa caja una bomba o un mismisimo tiburón que no me importa, que le den.

Me senté sobre la cama y me miré las muñecas. Estaban rojas de la fuerza con la que me habían bajado. Esta gente no entiende lo que es la delicadeza, normal, son todo burros... Como su capitana.

El plan que habíamos montado para mañana era peligroso, casi imposible, pero con cosas como estas me daban ganas de ignorarla y simplemente escapar de ella. Maldita sea.

A la media hora seguía acostaba en la cama sin pegar ojo. Bueno, una bomba no sería o ya estaría durmiendo bajo el océano. Entonces escuché la puerta abrirse y a ella entrar.

El sonido que hizo al descalzarse me hizo resoplar, ella supo en ese instante que yo seguía despierta.

—Perdón por lo de antes, pero te dije que te quedaras aquí —musitó sin mirarme.

Me incorporé de la cama y me giré a ella.

—No eres nadie para ordenarme qué hacer  —espeté enfadada.

—Aquí sí, aquí soy tu capitana.

Rodé los ojos. Me incorporé mirándola.

—Te repito, no eres nadie para mí ni vas a serlo, y si quiero estar en proa voy a estarlo.

Quizá la rabia e impotencia habló por mí, tal vez había cosas que no pensaba y que en cualquier otra ocasión no habría dicho.

Ella se puso seria y se acercó hasta mí.

—Te recuerdo que estas secuestrada, por si se le olvidó a tu cabecita —ironizó.

—Eres odiosa —susurré en su cara.

La cercanía era de nuevo notoria. ¿Por qué me ponía nerviosa? Tenia que ser una broma. Ella esbozó una sonrisa burlona.

—Tan odiosa no seré cuando me has besado.

Oh. Golpe bajo.

—Tranquila que no volveré a hacerlo ni muerta.

—Como si me importara.

Winter rodó los ojos y se apartó para meterse en la cama, no sé por qué el enfado había crecido dentro de mí. Quería gritarle y a ella parecía no importarle ni lo mas mínimo.

—Me voy a dormir fuera —dije seria.

Ella se incorporó para mirarme.

—No digas tonterías.

Agarré mis zapatos y me los puse. Fui hasta la puerta decidida y la abrí, pero antes de dar cualquier paso más allá ella cerró la puerta con fuerza poniéndose tras de mi. Notaba su torso pegado contra mi espalda.

—Te he dicho que no te vas —musitó seria, parecía enfadada.

Por fin un maldito ápice de sentimientos. No es una maldita piedra.

—Y yo te dije que no me importa lo que me digas —musité sin mirarla.

—Karina, es tarde. Vuelve a la cama, no hagas tonterías.

Me giré como pude sobre mí misma y quedé acorralada entre la puerta y su brazo que aún seguía apoyado en la puerta. Su rostro reflejaba desesperación, ira, enfado.

—No —susurré—. Déjame salir.

—¿No te das cuenta de que es tarde? Deja de ser tan cabezota, si quieres mañana dejas de dirigirme la palabra pero el mar esta revuelto y no vas a quedarte deambulando por el puñetero barco —espetó enfadada.

Dahlia | winrinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora