Capítulo 4

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"Quiero conocerte,

solo a vos.

Que me hables de tus libros favoritos,

saber qué palabra específica

se repite en tu vocabulario.

Conocer tu canción favorita,

del artista que más te guste.

Indagar en tu humor,

escuchar tu risa.

Saber si es del todo

como me la imagino.

No me sirve conocer a cualquiera,

yo quiero conocerte a vos.

Conocerte completamente.

Conocer tu mente,

tus pensamientos,

deseos,

ilusiones.

Quiero conocerte, solo a vos."


A veces, muy pocas veces, las cartas se convertían en poemas, o en notas, o en escritos románticos. Ese era específicamente su favorito. Lo había apartado cuidadosamente del resto de las cartas, y lo había dejado sobre el escritorio; como si ese accionar le diera al papel amarillento una especie de prestigio que el resto no tenía. Como si hubiera sido el seleccionado para enmarcar, y de hecho, tenía algunos planes de hacerlo. 

Por otro lado, también había encontrado cartas muy tristes, cargadas de textos crueles, que lastimaban a Ivy aunque no fuera la protagonista de esa historia.

Y entre todo ese manojo de emociones, seguía sin encontrar pistas de absolutamente nada. No había ubicaciones, ni el propio nombre de la persona detrás de las cartas. Todo era un enigma, y por eso mismo, la chica no paraba de leer.


Era atrapante.

No podría pedir un entretenimiento mejor.

Definitivamente necesitaba leer una novela, un poemario, lo que fuera, pero de la autoría de la mujer.

Si así la atrapaba con simples cartas, ¿cómo lo haría en una novela? Moría por saberlo.

Definitivamente las horas se le fueron volando, mientras intentaba hacer conexiones que dejaran alguna pista sobre lo que había ocurrido con cada uno de estos hombres, porque al levantar la vista notó que el sol se ocultaba, y que había pasado más tiempo allí del que hubiera querido - y del que debería de haber pasado también -. Quizás Henry tenía razón, se le estaba saliendo de las manos. Pero le gustaba. 

Era cierto que tenía las cartas sobre la cama casi todo el tiempo, y que prefería leerlas una y otra vez antes que hacer cualquier otra cosa. Así que sí, comenzaba a ser una adicción. Pero estaba demasiado intrigada, y después de todo, estaba también ampliando su conocimiento en vocabulario. Al menos esas eran las excusas que se ponía a sí misma cuando sentía que las cosas estaban siendo un poco más graves. 


Cuando se fue a dormir, tenía algunas sospechas, como, por ejemplo, que Noah la había engañado. Ésto lo había descubierto en la carta que le había escrito a Santiago, donde le decía que sus decepciones amorosas habían llegado más lejos que nunca, y que, "aunque realmente le quería, no podía enfrentarse a un secretismo nunca más". Fuera lo que fuera que significaba eso.

Estas cartas ocupaban su mente cada que tenía un tiempo libre, era en todo lo que podía pensar. Repasaba las palabras en su mente buscando algún detalle que se le pudiera haber perdido, pero no lo encontraba. Y mientras hacía todo eso, trabajaba. Generalmente sus jornadas laborales se le pasaban rapidísimo. Disfrutaba dando clases, o al menos se había acostumbrado a ello, jamás le había molestado estar en su área de trabajo, salvo en este momento. 

También se sentía un poco preocupada respecto a Benedict. El hombre jamás había vuelto a responder su teléfono. En parte se preguntaba si éste sería capaz de bloquearla sin siquiera dar señales de vida. Lo cierto, era que estaba igual que cuando había iniciado, solo que con muchísimas más preguntas. 

Ahora lo único que podía desear era llegar y volver a encontrarse con las palabras de la mujer, como si de una novela adictiva se tratara. Había tenido ese tipo de relaciones con libros, con historias, series, novelas, pero jamás con cartas. Ni siquiera se imaginaba que pudiera tener esa cantidad de pasión por un par de cartas que había encontrado en un viejo cajón. 

Antes de eso, jamás había leído cartas en general. Le gustaba escribirlas, para el cumpleaños de sus padres o de alguna amiga. Más le gustaba cuando era niña, que sentía menos presión sobre lo que había escrito, y era un poco más gentíl consigo misma. 


Pero llegó un día en que las cartas empezaron a ser como los diálogos de Friends en su mente, y antes de siquiera abrir el sobre ya sabía de cuál se trataba y sería capaz de recitarla si alguien se la sacara de las manos. 

No tenía pistas de quién había sido la anterior dueña de la casa, ni para quién eran sus cartas, ni siquiera una de ellas. Las había leído todas,varias veces y no tenía ni un solo dato, ni pista.

Nada. Nothing. Zip. Cero.

Al menos hasta ese día.  

Las Cartas de AgnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora