Detrás de toda su angustia y el sonido del silencio que quedaba en su corazón en esos únicos segundos en los que los hermanos no se reían para llenarlo estaban sus pensamientos. Los había podido silenciar un poco más con risas, con shots de distintas cosas y con las carcajadas muy - realmente muy - sonoras de Giovanno. Nunca se había imaginado que "risa italiana" era un concepto hasta esa noche.
No había imaginado nada del viaje, eso era obvio. No había imaginado que podría confiar tanto en dos personas que hacía una semana no conocía, ni había imaginado que terminaría bebiendo con ellos en su última noche en el lugar. Tampoco se imaginó que terminaría abrazándolos como si fueran amigos de toda la vida, ni creyó nunca que realmente los sentiría así.
Le hicieron prometer que regresaría. Que dejaría de ser algún día esa dama inglesa, y que volvería. Y ella lo prometió con demasiada seguridad mientras en el fondo escuchaba la risa de su cuenta bancaria ante su optimismo.
Pero fue una gran noche.
De esas que solo se ven en sit-coms, en Friends o en alguna clase de película de una joven que arriesga sus ingresos y su trabajo por seguir un impulso. Si algo había aprendido de ese día era que debía quedarse - si o si - con el lado positivo de las cosas.
Ahora sabía una nueva cantidad de cosas sobre sí misma. Cosas que no hubiera reconocido en ningún otro lado ni contexto.
Ahora sabía que su risa podía ser caóticamente fuerte con un par de tragos arriba, y que su corazón era sensible. Que le dolían las cosas que le pasaban, pero que también su corazón podía con todo - y si no podía, ya había agregado un par más de amigos que la ayudarían a poder -.
Agradecía cada momento de esa noche con Francesca y Giovanno, esos dos meseros del café al que iba todos los días no tanto por la bebida sino por la compañía. Y no lo sabía, pero había encontrado su lugar también en ellos. La mantenían cerca de casa, cerca de sí misma. No solo por el idioma.
Francesca era muy resuelta, divertida. Entendía a la perfección cada una de las decisiones que Ivy había tomado en ese viaje, porque ella misma quería también realizar un viaje así. Por otro lado Gio era más terrenal, más centrado. Al fin y al cabo, el que tenía la razón, porque desde el principio había dicho que todo ésto era una locura.
─¿Quieres otro trago?
─No, Fran. Debería irme ─sonríe Ivy─. Es el diablito en mi hombro ─le dice ella a Gio, y el chico suelta una risa mientras sostiene la botella y le sirve otro vaso─. ¡Gio!
─¡Es tu última noche en Italia, amore! Tienes que pasarla bien ─dice el chico, entonces sirve su vaso y el de su hermana para luego obligarlas a alzarlo y chocar en un brindis. Luego de eso, el chico observa a Ivy ─¿Qué te sucede? ─le pregunta a la chica.
─No lo sé.. creo que es bueno estar aquí, pero... ésto no resultó como creí que resultaría.
─Y quieres un final ─completa Giovanno.
─Creo que sí ─dice la chica, como si él estuviera verbalizando lo que a ella tanto le estaba costando explicar─. Entiendo. Esperen aquí, y ni se les ocurra terminarse esa botella sin rellenar mi vaso ─menciona el chico en lo que corre detrás del mostrador.
─¿Qué va hacer? ─pregunta Ivy por lo bajo.
Unos cuántos minutos más tarde aparece Giovanno delante de ellas. Lleva una de esas badejitas con las que la chica ya asocia su persona, y tres lattes arriba.
─¿Estás loco? ¿¡Cómo crees que nos caerá eso!? ─ríe Francesca.
─¡Es un final!.. creo ─ríe─. No estará Agnes, pero estamos nosotros. Y queremos despedirte de la mejor manera: con tragos y latte.
─Ey, sé que no quieres hablar de Agnes ─menciona Fran─, pero... ¿segura que no quieres hablar con ella antes de marcharte?
─Segura ─sonrió Ivy─. Creo que... no necesito saber nada más ─menciona la chica─. Fue una mujer increíble, y realmente me divertí a su lado, pero... sé que ella puede llegar a ser una mujer muy dulce ─lo sabía, lo había visto─. Pero también sé que quiere hacer de todo una historia, y que yo... no quiero eso.
─Por Ivy entonces ─brindó Gio─. Que encuentres lo que quieras encontrar en Londres. Y que, algún día, puedas regresar.
─¿Por qué no vamos allí? ─señaló Ivy la mesa donde había desayunado con Agnes por primera vez.
Era una noche luminosa, había dicho Fran luego de cerrar el café. No la había entendido. Noches luminosas habían en Londres, junto con las luces, el ruido, la gente en la calle, los turistas etcétera. Sin embargo ahí, en el muelle frente al mar, la arena y el horizonte más claro que el resto de la noche, lo entendió.
Entendió muchas cosas allí de pie. Entendió que aunque el viaje no había resultado como ella quería no podía quejarse, porque había caminado por lugares hermosos, recorrido maravillosas vistas y comido deliciosa comida. Había hecho amigos, ¡ella! Sin siquiera saber dos palabras en Italiano. Había estado rodeada de celebración, de amigos, de nuevas experiencias, y eso no lo hubiese cambiado por nada.
A pesar de que las cosas no hubieran salido como ella quería, tampoco habían resultado tan mal. Llevaba las cartas aún en su mochila, el peso emocional que ellas tenían en su persona había aumentado mucho más ahora.
Las tomó en sus manos una vez más. Pensó en dejarlas ahí, pero a diferencia de Agnes ella no podía abandonar allí las cartas que le habían iluminado el camino hasta esa aventura. Sin embargo sí podía hacer algo para sellar ese momento como quería.
Tomo un sobre, el sobre que contenía la carta que lo había iniciado todo. El nuevo, el de las coordenadas. Su madre siempre le dijo que tenía que tener encima un bolígrafo, nunca se sabía si debía firmar algo, prestarla o anotar algo de urgencia. En este caso, firmar un sobre.
"Nadie viene a Italia por accidente.
St. James Street & Charles II St"
Citó las palabras que Agnes le había dicho tiempo atrás, y entonces la dejó allí, en el muelle, debajo de una piedra. Y quizás alguien en algún momento podría encontrar la curvatura de sus letras en inglés, y sentiría aunque sea una pizca de la misma curiosidad que sintió ella en aquel momento.
Le dijo adiós a Italia. En algún momento volverían a reencontrarse.
Así que ahí estaba. Dentro del avión, con la vista de la ciudad y una realidad en la mente: extrañaría este lugar.
Extrañaría Italia, eso era un hecho. Pero esa no era ella, ni era su vida, ni siquiera podía permitírselo. Y a pesar de que no estaba segura de que esa persona que había estado en Italia era su verdadero ser, podía permitirse imaginárselo. Como una resaca después de una fiesta, una nueva personalidad después de un viaje.
Sin embargo, la parte conciente de su mente sabía que debía regresar a Londres cuanto antes. Porque tenía la obligación de regresar a su vida de siempre, a su seguridad y a su trabajo. Tenía que volver a lo conocido. A su casa, que ahora sabía había sido habitada por su madre. A la seguridad de sus amigos, de sus alumnos. Tenía que volver a concentrarse en aquellas pequeñas cosas que sabía de sí misma. Recordarse que antes no necesitaba saber esas cosas de ella, porque a pesar de no haberlas sabido había logrado salir adelante. Tenía que seguir sin pensar en lo que le generaría problemas. Seguir sin pensar en Agnes, Betty o Inez. Ninguna de esas personas estaban ahí ahora para ayudarla. Y Agnes tendría que guardarse sus palabras y sus intentos de generar ingresos a su costa.
Tendría que buscar otro chica, otro proyecto.
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Las Cartas de Agnes
Novela JuvenilComenzó buscando una casa, y en cambio, terminó encontrando algo mejor. La joven Ivy jamás hubiera esperado que aquella casa entre St. James y Charles II fuera a significar una completa aventura, ni que la fuera a transformar tanto. Ahora no s...