Generalmente madrugaba por sus clases. El instituto le quedaba lejos, así que tenía que despertarse con una hora de anticipación. Sin embargo, se sentía ansiosa por despertarse temprano al día siguiente. Quería recorrer todo ese lugar hasta que pudiera encontrar a la dueña de su casa, y de las cartas.
Había llevado algunas, como prueba. No consideraba normal encontrarse con una persona en la calle al grito de "tengo tus cartas", así que las había metido dentro de su maleta al momento de viajar.
Ese día se despertó temprano. Claro que aunque tuviera ganas de despertarse a recorrer, no podía negar que su cuerpo estaba mucho más dormido que su cerebro. Prácticamente no había descansado, aunque sí había dormido, no se acostumbraba aún al silencio del lugar. Además, creía firmemente que el cambio de horario no le ayudaba para nada.
Cuando finalmente tomó la iniciativa de salir de la cama, notó que, como había previsto, estaba lloviendo. Sin embargo, al salir del hotel, se encontró con que no hacía demasiado frío, comparado con el que estaba acostumbrada. Intentó, con su italiano de diccionario y sus frases anotadas en el celular, pedir al taxista que la lleve lo más cerca de Viale Pasitea. Originalmente era el lugar en el que indicaban las coordenadas.
Mientras se acercaba, lo único que pensaba era en cuán diferente era ese pueblo a su casa entre St. James Street y Charles II St, en su viva y adorada ciudad de Londres.
Ahí todo era mucho más tranquilo.
Las personas caminaban por las veredas a paso lento, algunas andando en bicicletas y otras en motos, a pesar de que lloviera, como si la lluvia no fuera más que algo con lo que ya estaban acostumbrados a vivir. Como si hubieran esperado la lluvia, y con ella, regaran sus pensamientos, su creatividad y su impulso. A diferencia de la multitud de paraguas que inundaban siempre la ciudad de Londres.
La mayoría de las personas iban abrigadas, como era lógico. Hacía frío y había correntadas en ciertas esquinas, eso no era lo que le llamaba la atención, sino la forma de vestir de ellos. Era mil veces más despreocupada que la de las personas de Londres, que siempre iban de colores oscuros y estampados suaves casi innotorios. En su corta estadía había visto ya a cinco chicas con pantalones color violeta, y muchísimas más con colores vívidos, dejando que su cabello y ropa se mojen con la lluvia.
A Ivy no le gustaba demasiado. Sentía que la lluvia era molesta, quizás porque siempre la tomaba desprevenida en la calle, como si un poco el estado metereológico se riera de ella por haber salido sin capuchas o sin paraguas. Viendo a esas personas tan felices por el cambio climático, y conviviendo perfectamente con él, notó que también se le estaban contagiando las ganas de quitarse la capucha y dejar que su pelo se moje.
Todos parecían acostumbrados a eso. Eran simpáticos. Se encontró con muchas personas a pesar del clima, y a pesar de que le costó entenderlo al comienzo, luego comprendió que la observaban porque entre todos ellos, ella era la extraña.
Mientras veía el pueblo de su destino acercarse, se preguntó por dónde empezaría. ¿Cuál se suponía que era el primer paso? No podía dirigirse a cada lugar de Positano a preguntar por la persona misteriosa. Mucho menos se atrevería a relatar su historia a cada persona, y de atreverse ¿cómo lo haría? Un traductor de pésima señal era lo único que tenía para unir el italiano con su inglés nativo.
No sabía por quién preguntar, ni por dónde comenzar. Y todo ese dilema se le hacía mucho más complejo teniendo una cafetería en frente que aromatizaba todo el lugar con su olor a medialunas y café.
Decidió empezar por ahí, porque bien se dice que con hambre no se puede pensar.
─Muchas gracias ─le dijo a la chica que le trajo el café, agradecía que muchos de los cafés estuvieran en inglés, porque bien conocía cómo mencionar solamente un "café clásico"─. ¿Puedo hacerte una pregunta? ─soltó, debía empezar por algún lado, y quizás la chica amable con el cabello lleno de rulos era una buena opción. Al menos una opción más sólida.
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Las Cartas de Agnes
Teen FictionComenzó buscando una casa, y en cambio, terminó encontrando algo mejor. La joven Ivy jamás hubiera esperado que aquella casa entre St. James y Charles II fuera a significar una completa aventura, ni que la fuera a transformar tanto. Ahora no s...