Las personas normales hubieran utilizado google maps. Y quizás otra enseñanza comparativa de Londres e Italia era que, aparentemente, las personas no utilizaban demasiado los avances tecnológicos. De otro modo no podía explicar por qué las indicaciones de Francesca habían sido entregadas en una servilletita con un par de líneas trazadas que indicaban la cantidad de metros que debía caminar antes de dar una vuelta a la izquierda o a la derecha.
Esperaba que sí hubiera contado bien, porque una línea más de la cuenta la llevaría a tocarle la puerta a un extraño. Había colocado algunos puntos de referencia, como una herradura en un lugar donde vendían souvenirs, un tenedor en un restaurante y un teléfono en una cabina de teléfonos. Hasta el momento había pasado por todos esos lugares, así que "venía bien" aunque, ¿como saberlo realmente?
Ahora entendía por qué la mujer iba al café en moto.
Se armó de valor y siguió paso a paso lo que Fran le había indicado que hiciera, como si su vida dependiera de ello. El corazón le palpitaba con fuerza debido a los nervios, otra vez. Su única frase en italiano era "non parlo italiano" que significaba literalmente ''no hablo italiano''. Sin embargo, seguía caminando a pesar de sus nervios. Encontraría la maldita casa de Agnes así se perdiera en el medio del camino.
Llevaba las cartas en su mochila. Algunas. Las que había llevado a Italia. Y mientras pensaba qué ocurriría si la conversación no salía como esperaba, y no se encaminaban en una nueva aventura, encontró la casa. Más allá de que el dibujo de Fran colocaba un corazón sobre la casa en la que estaba, reconoció la moto de Agnes estacionada fuera de ésta.
La mujer abrió la puerta a los dos golpes. Parecía que la hubiera estado esperando.
─¿Que haces aquí? ─le preguntó
─Exactamente lo que vengo a preguntarte ─le habló. Agnes volteó los ojos, y ella creyó que le cerraría la puerta en la cara, sin embargo, abrió más la puerta para permitirle el paso.
Claro que la casa de la mujer tenía que tener su toque. Y claro que Ivy ya conocía su toque. El toque de Agnes estaba en la habitación y ahora en toda la casa a la que le habían dado la bienvenida.
Había velas por todos lados, muchos libros, muebles de madera que daban una sensación hogareña. Parecía de esas casas de películas, de esos refugios en medio de la nieve donde dentro te encuentras una hoguera y chocolate caliente o algo así. Agnes iluminaba con luces naranjas y cálidas, aunque las cortinas dejaban pasar un poco de luz del día.
En una de las mesas, frente a la estufa, habían dos tazas vacías.
─¿Hay alguien más aquí? ─pregunta entonces, frenando su caminar.
─Claro que no ─dice como si fuese una obviedad─. Son para nosotras.
─Pe- ¿Cómo...? ─se interrumpe cuando Agnes toma su lugar en una de las sillas─. ¡En serio, tienes que decirme como lo haces!
─Adivino. ¿Vienes a que te responda todas tus preguntas?
─Pues, algo así.
─¿Y luego me preguntas cómo lo sé ─Ivy frunce el ceño─. ¡Eres curiosa! Tarde o temprano vendrías aquí.
─Pues si me quería en su casa, me lo podría haber dicho antes, ¿no cree?
─No, no lo creo. Es más divertido de esta forma ─entonces toma la tetera que tenía sobre la mesa─. ¿Café?
─Por favor ─dice Ivy, ya mucho menos enojada.
─Bien. No estarás toda la tarde haciéndome responder tus preguntas. Así que será mejor que las elijas con precaución.
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Las Cartas de Agnes
Genç KurguComenzó buscando una casa, y en cambio, terminó encontrando algo mejor. La joven Ivy jamás hubiera esperado que aquella casa entre St. James y Charles II fuera a significar una completa aventura, ni que la fuera a transformar tanto. Ahora no s...