-02-

326 52 17
                                    

Guillermo llegó a casa con el mismo sentimiento viejo, sintiéndose un bicho raro, sintiéndose alguien tan imperfecto, deseando ser amado y especial, sintiendo que no pertenece a este maldito mundo, le dolía cada hueso, pero él sólo quería tener todo bajo control, tener una alma perfecta y claro...una vida perfecta ¿Tanto era pedir? Quería escapar, correr y gritar hasta que sangrara su garganta, estaba harto de sufrir y siempre ser él que mira al vacío y acepta su asqueroso y miserable presente y futuro. Estaba destruido...pero también perdiendo la cordura.

Sólo entró a su habitación y se recostó en su cama y empezó a derramar lágrimas, quería destruirse, destruirlos, sólo querer cobrar venganza por tanta felicidad que le arrebataron y desahogarse por todo.

Sólo quería ser especial y amado pero siempre fue incomprendido y llevo una vida llena de malditos traumas y conflictos. Sólo era un chico con sueños.

Pasaron algunas horas y Guillermo sólo miraba hacia el techo sin decir alguna palabra mientras tenía sus audífonos, sólo sentía sus mejillas húmedas y sus ojos hinchados por tanto llorar, pero sería la última vez que iba a llorar pues eso lo hacía sentir muy débil y desde ese momento iba a ser otro.

Se levantó de su cama y camino aún con un paso desequilibrado hacia su escritorio, con delicadeza prendió su computadora portátil y empezó a revisar cada red social de las personas que le hacían daño, y vaya que se encontró con muchas cosas para atarlos a él y ahora a ellos les tocará rogarle a él. Tenía el poder ahora pero si hacía más movimientos con sus peones en el tablero podría hacer que incluso a esos adolescentes se les viniera hacia abajo el mundo, que entraran a un estado de locura, tenía todo en sus manos. Le estaba encantando la idea de arruinar poco a poco unas infelices y miserables vidas para luego sólo llegar y acabar con ellos.

Guillermo quería iniciar, quería mover su primer peón con Andrés Guardado, el más débil de ese grupo numeroso que lo hacía llorar cada día. Andrés Guardado...una víctima fácil de atrapar, en sus redes sociales no había mucho que ver, así que por ello Guillermo debía vigilar a Andrés y conseguir algún secreto de él.

Después de un tiempo, Guillermo se arrastró con las pocas fuerza que había reunido hacia su cama, empezó a divagar en internet e investigaba. Al fin y al cabo siempre le daba insomnio así que podía distraerse un buen rato con el celular.

Por otro lado, Andrés Guardado trataba de dormir pero simplemente no podía, cada que cerraba los ojos podía ver cómo estaba en un bosque y corría con rapidez para escapar de alguien pero nunca logro ver el rostro de la persona que lo perseguía para posiblemente matarlo. Se despertaba cada cinco minutos y cada vez era más notable el miedo que tenía, sudaba y tenía una respiración acelerada. Estaba aterrado ¿Por qué soñaba eso? ¿Acaso estaba viendo el futuro? O solo posiblemente la forma en la que iba a morir.

–¡Ya, maldita sea!– gritó Andrés aterrado mientras llevaba sus manos a su nuca. Pero de repente llegó una llamada su teléfono de un número desconocido, con rápidez pero de forma temblorosa tomó su celular y contestó.

–José Andrés Guardado Hernández, número uno, bosque...– fue lo que se escuchó al otro lado de la llamada con una voz ronca, hostil y simplemente aterradora pero fue cortado por Andrés, esa llamada tan inesperada y espeluznante hizo que se le erizará la piel y tuviera escalofríos.

–Pero ¿qué mierda fue eso?– continuó Andrés mientras apagaba su celular y miraba hacia todos lados con miedo. Eso lo aterró tanto.

Pero al parecer alguien si lo estaba pasando bien y gozando del terror que había provocado en un joven, y ese era Guillermo, reía sin parar y tenía una sonrisa llena de satisfacción dibujada en su rostro, en ese rostro lleno de cicatrices y moretones.

Al siguiente día, Andrés llegó con grandes ojeras y aún muy consternado por lo que le había pasado en la madrugada. Llegó a su aula y tomó asiento en una banca...quería estar solo y asimilar esa llamada tan...rara.

Después de algunos minutos un chico llamado Javier Hernández, también era integrante y culpable de que Guillermo sufriera, entró al aula para encontrarse con Andrés.–¡Andrés! ¿Qué pasó? Te notas muy...raro–

–Nada..¿Aún siguen molestando a Guillermo?– contestó Andrés mientras tenía un mirar perdido.

–Por supuesto ¿Por qué deberíamos parar?– continuó Javier entre risas.

–Yo ya no quiero ser perteneciente a su grupo...– contestó Andrés mientras en su cabeza retumbaban aquella melodía que escucho en la llamada.

–¡¿Qué te pasa?! ¿Qué te dieron? Tú siempre quieres gozar de Guillermo– declaró Javier muy consternado, sus ojos estaban llenos de ira y su cuerpo temblaba un poco por el coraje.

–¡Pero se acabó! Sólo cuidense de él...por favor– exclamó Andrés mientras miraba fijamente a Javier a los ojos. Pues Andrés ya estaba empezando a sospechar de Guillermo.

–¡Eres un maldito cobarde! ¡Estúpido! Y para acabarla un maricon– mencionó Javier para luego salir del aula y cerrar con fuerza la puerta.

Andrés se quedó solo en la frialdad de aquel lugar, sólo su cabeza se enfocaba en la llamada de la madrugada.

Por otro lado, Guillermo volvía a sufrir los golpes que siempre había recibido, estos ya no le afectaban y ni si quiera le dolían, su cuerpo se había acostumbrado a esos golpes. Mientras recibía golpes sólo le dirigía la mirada a cada uno de sus agresores, está mirada estaba llena de odio, rencor pero a la vez de satisfacción y era una mirada sombría y que aterraba. Pero Guillermo notó algo, no estaba Andrés, ese que siempre le quemaba cigarrillos en la palma de la mano, al notar eso sólo sonrió de lado y luego empezó a reír mientras sentía su nariz sangrar. Todos sus agresores se quedaron confundidos pues de la nada Guillermo había reído, se miraron entre si.

Guillermo no podía esperar a ver cómo cada uno de sus agresores iban a desaparecer sin dejar rastro y todo por el miedo de una sola llamada.

–Que empiece el juego, queridos– mencionó Guillermo con cierta falta de aire pero hizo que todos se quedaran atónitos sólo pensaban que posiblemente Guillermo había perdido la cabeza y era un loco ahora.

𝐑𝐮𝐞𝐠𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐥𝐥𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora