Cap 3 Cicatriz

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Escuché como su vaso se llenaba de agua. Ella estaba tan tranquila y relajada, al parecer a ella no le causó ningún efecto lo que acaba de hacer. Mientras que a mí me faltó el aire y casi tenía un orgasmo con solo el roce de su intimidad en mi trasero.

Bebió apenas un poco de agua y nuevamente se acercó a mí. Colocó el vaso en el lava platos, está acción hizo que nuevamente la tuviera cerca, a centímetros, pero está vez de frente, tenía su rostro a milímetros del mío, yo no podía ni parpadear.

-Buen día!- dice con una sonrisa cínica para después pasar por mi lado rozando apenas mi brazo y finalmente sale de la cocina.

Y yo suelto el aire que retenía desde su primer acercamiento, mi corazón no deja de latir tan de prisa, quiere matarme de un infarto latiendo de esa manera.

Mi vista se va a ese vaso de cristal en el lava platos, se puede ver como sus labios quedaron marcados perfectamente en es cristal transparente por causa de su labial rojo.

Que envidia le tengo a ese vaso en estos momentos, tuvo la dicha de que sus labios lo tocaron.

Después de recuperarme completamente salí de la cocina, no había nadie, supongo que Aidy ya se había ido y la señora Martha se perdió en alguna parte.

Tomé mis cosas de limpieza y subí a su habitación, sin sacarme de la cabeza lo que acababa de suceder con ella.

Entré a su habitación y me encantaba el olor que dejaba por los aire y el de la ducha cuando recién sale de ella, solo imagino lo suave y rico que huele su piel.

Bajé la ropa sucia a lavandería, y mientras lo hacía absorbía el olor de sus chaquetas y abrigos. Amaba su perfume es algo adictivo, quisiera olerlo todo el tiempo.
Me los pegaba a mi cuerpo para que su aroma se quedará impregnado en mí también. Era como abrazarla.

Metí a la lavadora todo la ropa sucia que tenía, al final no era tanta, solo utilice tres veces la lavadora, y terminé con la gran montaña que estaba.

Después de eso me pasé a su jardín, tenía un sin fin de rosas, de todos los colores posibles que puedan existir. Creo que sus flores favorita son las rosas.
Su jardín también lo adornaban algunas otras flores muy lindas y tres árboles exactamente en el centro, un poco altos para mí gusto, pero se veía increíble en su jardín, hacían una sombra espectacular que daban ganas de sentarse a leer un libro bajo sus ramas.

Pero después de este jardín se podía observar un sin fin de árboles muchos más grandes que los que estaban cerca de su casa.

Ese bosque me llamaba la atención quería entrar a ese lugar tranquilo y fresco, para después perderme en él.

La voz de doña Martha me saca de ese bosque el cual mi mente ya se había perdido.

Doña Martha me avisa que ya estaba el almuerzo y una vez más me doy cuenta que se me había ido el tiempo, pero lo bueno es que ya solo me falta el jardín.

Almorcé con doña Martha, fue tan tranquilo y callado como ayer. Ella no decía nada, creo que es una costumbre de no hablar mientras se come.

No sé si yo comía muy lento o ella muy rápido, porque en un máximo de quince minutos ella ya se había puesto de pie para levantar sus platos, yo apenas iba por la mitad.

Quince minutos después terminé yo también, lavé mis platos y volví al jardín, hoy si tenía que terminar mi tarea.

Estaba cortando el exceso de hojas, algunas rosas ya marchitas y las que estaban muy altas y hacían ver mal el jardín.

No ví bien como tomé una de las rosas que está hizo que una de sus espinas se clavara en mi dedo índice de mi mano izquierda, al instante la solté y ví como un punto rojo comenzó a decorar mi dedo.

Mi Doctora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora