15.Eternal hell

433 37 5
                                    

La muerte es un castigo para algunos,para otros un regalo ,y para muchos un favor”— Séneca.

Cambio mi peso de un pie a otro y vuelvo a mirar el reloj viejo colgado en lo alto de comedor. Casi media noche, me estaba comenzando  a desesperar. Estaba cansada, lo único que quería hacer era irme a descansar, pero ahí estaba recargada en la pared de un pasillo de mi casa, con los nervios de punta, una migraña punzante y algunas lágrimas abnegando de a poco mis ojos color marrones.

Había sido un día bastante agotador, sentía que todo había sido mucho peor desde la aparición de los Höllenstern en el instituto. Era como si el ambiente que me rodeaba hubiera cambiado abruptamente, aquel hombre junto a Demian me dejó una sensación nauseabunda que aún no podía dejar de sentir.

Suelto un suspiro hastiada, ¿Por qué seguía esperando? ¿Por qué no simplemente me iba a dormir sin ninguna preocupación como debía ser? ¿Por qué? Tal vez era mi actitud sobreprotectora la que tenía que cambiar, o debía relajarme más en cuanto a las acciones de las demás personas. No sabía, o no quería saber. A mis dieciocho años dudaba mucho que algo cambiara en mi interior. Desde que tengo uso de razón siempre había sido igual, había formado mis pensamientos e ideas y tal vez mis desesperaciones basándome en lo que me enseñaba mi madre, basándome en el miedo y el temor a lo peor.

Todo había empeorado desde la muerte de mi padre, diez años atrás. Los recuerdos en mi mente eran borrososos antes de eso. Después de su fallecimiento, las pesadillas habían sido algo constante en mi vida y, luego de varias pruebas psicológicas, deducieron que era normal tenerlas como resultado de un trauma tan grande como el de ver a tu padre morir. Pero lo triste, y extraño, era que no tenía ni un recuerdo de su muerte o de mi vida antes de eso. Era como si, simplemente, no hubiera existido.

El sonido de un automóvil cercano hace que cierre los ojos relajada. Había llegado. O eso esperaba.

La puerta de la casa se abrió estrepitosamente después de un momento de silencio eterno, me sobresalto un poco pero mi mirada no se despegó de la entrada. Un suspiro sonoro se me escapó cuando mi madre entró con una desaliñada imagen poco común en ella.

—¿Qué haces despierta hasta tarde?

—Estaba preocupada. Desapareces a las seis de la tarde y esperas que no note tu ausencia...

—O tal vez sólo estabas preocupada porque mañana será la fiesta de los fundadores y no tienes dinero para un vestido.— me sonrojo sintiéndome avergonzada de golpe, pero no lo niego.

La gran fiesta de los fundadores es una ceremonia que se festeja cada diez años en AllernHill en dónde los adultos, y algunos adolescentes, se visten con ropa del siglo xx. Amaba eso. Desde niña, siempre me habían fascinado las damas antiguas, los caballeros, todo lo que iba con la temática en realidad, y, luego de las últimas semanas, solamente quería  fingir ser de vuelta una adolescente normal cuya única preocupación es verse bonita en una fiesta. Ignorando por un momento todas aquellas inseguridades y drama que rodeaba mi vida en los últimos dos meses.

—Ya me lo imaginaba.— me miró indiferente, no con enojo, exasperación o hastío, solo indiferente.

Entorno los ojos mientras observo como mi madre se adentraba a la casa con movimientos sutiles. La oscuridad instalada gracias a la gótica decoración de lo que debía llamar hogar contrastaban perfectamente con la tonalidad pálida de su piel, su claro castaño y sus ojos olivo grisáceos. Antes me jactaba de mi estilo ermitaño cada que llegaba a casa. Me encerraba por horas en la habitación y solo salía cuando el hambre y las necesidades fisiológicas lo ameritaban. Ahora, en este momento, solo deseaba salir de la casa.

Höllenstern Donde viven las historias. Descúbrelo ahora