Capítulo 8

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—— ¡Ya, Naoya! ¡No es divertido! —gritó lo más que pudo en aquel jardín tan amplio.

   Un lugar bastante grande y solitario a pesar de ser los terrenos de un Clan. Siendo rodeada de espesos árboles y fauna japonesa que la hacían confundir con respecto a su sentido de orientación.

   No le gustaban las "bromas" hechas por el niño con el cuál jugaba ocasionalmente cuando su abuelo la llevaba de visita a esa amplia residencia, dejándola mientras él se iba de nuevo. La última vez que le gastó una de sus graciosas bromas fue cuando la encerró por una hora completa en un pozo de agua que le llegaba hasta el pecho, y no fue hasta que una de las mujeres de la familia llegó de casualidad que pudo salir toda empapada.

—— ¡Por favor, vuelve! ¡No me gusta este juego!

   Aquella niña de cabello marrón claro hasta más abajo de los hombros parecía desesperada. Cualquier infante de siete años se asustaría de estar completamente solo. Quería llorar, pero si Naoya la encontraba llorando se burlaría y no quería ser humillada frente a todos otra vez.

   Llegando a un sitio donde los árboles eran escasos debido a un pequeño lago decorado al estilo tradicional. Se acercó al agua cristalina, observando como unos cuantos sapitos salían del agua luciendo muy tiernos. Aquello le sacó una sonrisa, y limpió sus nacientes lágrimas con la manga de su kimono el cuál deseaba quitarse por lo incómodo que le quedaba.

   Ese día habían acordado jugar tranquilamente sin maldades por parte del varón de por medio, pero fue una tonta al creer que Naoya se comportaría y jugarían de forma divertida. Tanta fue su ilusión que hasta le trajo un regalo que ella misma había hecho; un cisne de papel que tanto se esforzó en que quedara bien hecho.

—— ¿Por qué juegas con ranas?

   Levantó la cabeza al escuchar una voz ajena frente a ella. Miró atentamente a la persona frente a ella, un niño.

   Cabello liso y un poco desordenado, tan blanco que parecía un oso polar. Con unos ojos celestes que le causaron una extraña sensación de extrañeza. Él estaba parada del otro lado del estanque, con sus manos ocultas entre sus mangas de su traje tradicional, mirando el como se entretenía con unas pequeñas criaturas que ni se atrevería a tocar.

—— No son ranas, son sapos —le explicó cortés. Pues siempre tenía presente (no por parte de su abuelo) que tenía que ser educada con los desconocidos—. Las ranas tienen piernas más largas y cuerpo más delgado.

   El varón ladeó su cabeza curioso, no por el sapo-rana, sino por la niña que estaba a unos metros frente a él. Le generaba cierta inquietud, nunca había hablado con un niño de su edad sin que le tratasen como un ídolo o mostraran emoción, desde que tenía memoria siempre lo recordaba así.

—— ¡No los toques! —gritó asqueado al ver que ella tomó a un anfibio entre sus manos—. Que asquerosa, ¡te saldrán verrugas!

—— Está especie no provoca verrugas —aclaró tranquila—. Ellos segregan baba cuando sienten miedo, pero si les transmites confianza no lo harán. ¿Ves? Su piel se siente suavecita.

   Acariciaba al sapo con dulzura y este parecia estar disfrutando desde el punto de vista del albino. Extrañamente el también quería acariciarlo, la niña le había transmitido confianza para hacerlo. Quería acercarseles a ambos, tal vez así la visita a los Zen'in no sería tan aburrida. Esa niña le creaba una sensación extraña en el estómago, y más extraño aún es que no le molestaba.

 𝐌𝐈𝐑𝐀𝐌𝐄║𝗦𝗮𝘁𝗼𝗿𝘂 𝗚𝗼𝗷𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora