Crepitantes hojarascas

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Tallarte nimbos.
Emanarte gota musical.
Nombrando soledades
al surcar caricias intangibles.

Enmudezco voluntariamente
al sumir este bagaje envuelto en cascarones sobre el tálamo errante.
Crepita, ánima ajena
¡No te pertenecen estos terrones!
¡No te someterán más, los naufragantes trazos!
¡No más bote!
¡No más dibujo sobre la orilla!
¡No más isla!

Invócame,
no la caída del ramo oscuro,
no el ósculo solitario sobre la fotografía,
no la lluviosa mirada que lava tempestades en los poemas.
Sólo un atisbo hacia dentro,
una rosa inmarcesible que contiene el perfume de todo libro,
abrazos diseminados hacia la cúpula,
un desconsuelo ya sin sorpresa.

Busca la ceniza,
no la colilla que desprende irrespirables mazmorras.
Encuentra sanación,
por favor,
desde la ventana serena de los prófugos.
Tras la nubosidad arrebatada...
Restalla, celeste mío
¡No todo ensueño de mi desvarío!
¡No más lápiz!
¡Oh, lápida de mil epitafios!
¡No más hoja en blanco!
¡Oh, diamante al viento!

Leva tales iris.
Sólo solitudes a través del carajo óptico,
un susurro desplegado,
invisibilidades de la yacija que soy,
mil grietas que no reconozco.
¡Leva el sendero...!

Invócame en la brisa bonancible.
Crepitando hojarascas, invierno suyo...
¡Sólo una barrida hacia afuera!








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