Capítulo 34

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Capítulo 34

Aurora Flecher

Habían pasado unas cuantas horas desde que entré a la cajuela de uno de los vehículos que encontré en las afueras de la casa de Alexander. Minutos después de que ingresé aquí, el auto comenzó a correr hacia su destino, y desde entonces no se ha detenido.

Las horas pasaban y no podía evitar pensar en que en algún momento nos quedaríamos sin tiempo. Cerré los ojos en busca de paz, pero en su lugar, solo había un rugido que proveniente de mi estómago, tomé aire, lo expulsé, e intenté acomodarme en el vacío y oscuro espacio. Dejé que mis pensamientos vagaran, y en una que otra ocasión me inquieté al no saber de mi hijo.

Pronto estaremos juntos, mi amor.

Me moví un poco más, y no sé cuándo me quedé dormida.

La claridad golpeó mi rostro sin piedad, y entre el sueño y el calor me pregunté — ¿De dónde viene esa luz?

—Acabamos de llegar al pueblo. — escuché a lo lejos.

—¿Aurora? — una voz me hizo abrir ojos.

Aún con sueño, diseñé una sonrisa para Dimitri.

Me pasé una mano por el cuello, y como si nada, salí de la cajuela.

—¿Qué haces...? — lo interrumpí y le respondí de inmediato

—Estoy aquí para ayudar. No soy ninguna muñeca a la que tienen que proteger y tratar con mucho cuidado, por miedo a que se vaya a caer o romper. No soy una muñeca de porcelana, y por si lo han olvidado, yo ya me he caído y también, me he roto, pero como ven, estoy de pie, y bien reconstruida — miré a todos los hombres que me rodeaban — Me van a decir cuál es el plan, y qué hay que hacer para llevarlo a cabo.

De un momento a otro, unos hombres altos sacaron una mesa de no sé dónde, la pusieron frente a mí, y encima de ella colocaron una especie de mapa que a mi parecer, correspondía a este pueblo.

—Nos trasladaremos a la casa del bosque — habló Dimitri señalando un punto en el mapa. — No destruyan absolutamente nada, nadie puede saber que estuvimos aquí — dijo — Y si encuentran lo que estamos buscando no duden y tráiganlo a mí — Utilizaremos este camino — trazó un camino imaginario en la mesa con la punta de su dedo corazón — Alexander en varias ocasiones llegó a decir, que por ahí hay un río, y cruzarlo nos llevaría menos tiempo que rodear el pueblo — su explicación me hizo recordar — Ustedes, a la casa — miró a un grupo y después a otro —Tú, tú, y tú se quedarán aquí — fruncí el ceño — Y el grupo de seis — los señaló — Irán detrás de mí — Dimitri golpeó la mesa — ¡Tomen las armas y muévanse! — ordenó.

Los uniformados se fueron tras Dimitri terminar.

El de cabello oscuro y ojos grises se quedó mirando fijamente la mesa.

Aunque desde que nos volvimos a ver, él se ha mostrado sonriente y seguro, yo sé que le duele estar en esta situación, y si yo que soy la madre de su sobrino me duele, ¿qué será de él que es su hermano?

Apreté mis labios, di unos pasos hasta llegar a él, y sin pensarlo dos veces, lo abracé.

—Yo sé que lo vamos a lograr, encontraremos el antídoto — susurré con mi rostro pegado a su pecho.

—Lo sé — pronto sentí sus brazos rodear mi espalda.

—¡Señor! — gritaron desde lejos.

—Vamos a unirnos a ellos — nos despegamos, asentí y seguimos.

La Sombra del Magnate © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora