Capítulo 14

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Capítulo 14

Aurora Flecher

La sequedad en mi boca no era nada comparado con el dolor en mis extremidades y el resto de mi cuerpo.

Luchaba por abrir los ojos, pero los mismos parecían no querer abrirse. Un fuerte zumbido permanecía en mis oídos, me volvía loca, me hacía creer que me acercaba al mismísimo abismo.

Necesitaba agua. Creo que era capaz de cualquier cosa con tal de conseguir, aunque sea la mínima o más pequeña gota de algún líquido.

Respiraba hondo y lo único que lograba era asquearme, el olor era más que horrible, tanto así que no podía siquiera identificar de donde provenía aquel hedor.

—¡Ah! — un gutural sonido salió de mí, cuando algo sólido colisionó contra mis costillas.

El dolor no podía ponerse en balanza, no podía compararlo con absolutamente nada que haya sentido antes.

No podía respirar.

No podía hablar.

No podía pensar.

Todo mi ser se concentraba en el ataque que había recibido.

La sensación no me abandonaba, seguía conmigo.

Luchaba por obtener un poco de aire, sentía que me ahogaba, que me quitaban una parte fundamental.

Las lágrimas brotaron de mis ojos sin pedir ningún tipo de permiso. Perdí las fuerzas, me dejé ir y si no fuera por las cadenas que me sujetaban las manos, ya estaría sintiendo la solidez del piso.

Mis ojos se entreabrieron, veía borroso y por si fuera poco dolía, mis ojos me dolían.

Y aunque no estuviera emitiendo ningún sonido a través de mis labios, mi alma gritaba por mí, y mi corazón, ¿mi corazón? él no parecía estar ahí, porque con cada golpe que recibía, el moría, lentamente, pero moría. Estaba segura de eso.

Seguí luchando con mis ojos, poco a poco me fui adaptando.

La respiración volvía a mí.

Observé lo que había a mi alrededor, estaba algo oscuro y mugriento.

A unos metros de mí, había algo y ciertos indicios me hacían pensar que era un colchón, alcé las cejas y una mueca de asco figuró en mi rostro. El supuesto colchón estaba negro, no tenía sábanas, cobijas, ni nada por estilo.

—¿Le gusta su habitación? — alguien preguntó — Nos hemos esmerado por hacerla digna de usted.

Invité a mis ojos a hacer un recorrido por la estancia y me crucé con un hombre de tez oscura, ojos marrones, barba abundante, cejas pobladas, nariz bulbosa, labios carnosos y bastante alto para mi gusto.

El bate que llevaba en sus manos me llamaba la atención. Él me había golpeado.

—¿Quién carajo eres? ¿Qué mierda quieres de mí? ¿Y quién diablos te envió a hacerme esto? — grité.

—Eres toda una fierecilla — dijo y sonrío. Tenía un acento y lo peor es que no podía reconocerlo.

—¡Respóndeme! — volví a gritar.

Quería respuestas.

Me encontraba desesperada. Llevaba a mi hijo en la mente y en el corazón.

El hombre cuyo nombre desconocía se acercó a mí y con la fuerza que poseía lanzó el puño que terminó en mi rostro.

¡Ah!

La Sombra del Magnate © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora