Secreto, AusSwe

498 38 10
                                    

Me observa desde el otro lado de la mesa, en silencio, en soledad, con sus ojos azules como el mar, helados e inexpresivos, tras sus estúpidas gafas.

Ladea la cabeza, sonríe y pestañea. Una, dos, tres veces.

Un mensaje oculto, sencillo y secreto. Único, casi inentendible.

Todos gritan y discuten a nuestro alrededor, nosotros simplemente nos miramos él al otro. Secreto, pacto secreto. Asiento.

—Deberían hablar directamente —dice mi hermana. Está sentada a mi lado, tomando té y calentándose las manos con la taza. Me mira, sus ojos brillan, parece feliz, emocionada, incluso parece divertirse—. Sus guerras de miradas son algo molestas y obvias.

—No sé de qué hablas —le digo. Sonríe y apresura su té—. Supongo que esta noche no te debo esperar para cenar, ¿no?

—Lo siento, hoy regresarás sola, tengo asuntos que atender.

La reunión finaliza. El trayecto en auto es largo, exótico y extraño.

La ciudad se abre y desnuda ante mis ojos, con sus pecados y secretos.

Las luces lo iluminan todo, cada foco brilla y tapa una estrella.

Alguna vez escuché a Roderich decir: La ciudad es el cielo de aquellos que son incapaces de ver la belleza real del universo y deciden encerrarse en un mundo minúsculo, oculto en la falsa maldición que cada hombre posee.

Jamás entendí sus frases. A pesar de ser hermosas ocultan mucho más que simple belleza.

A dos kilómetros de distancia de Nueva York existe una casa blanca media oculta, es pequeña y posee nada más que un baño, una cocina y una habitación.

Es un secreto. Otro más de la colección.

Llego tarde. Él siempre se queja de mi impuntualidad.

—Vi los faroles del auto desde lo lejos —dice. Está sentado junto al marco de la ventana.

La Luna ilumina su rostro, lo envuelve en un mundo aparte. Uno ajeno y perfecto, inalcanzable.

Sonríe. Es una sonrisa insegura. Completamente distinta a todas las otras.

Me acerco a su lado. Me abraza y acaricia mis cabellos.

Es otra persona, completamente distinta.

—Estoy tan cansado —dice. Sonríe débilmente y suspira—. Es tan injusto, nuestra vida, quiero decir.

—No es culpa de la vida, sino de nosotros mismos.

—La vida es la que baraja las cartas, pero somos nosotros quienes las jugamos —agrega. Suelta una risa amarga y chasquea la lengua—. Cierra la ventana.

Emprende la marcha hacia el cuarto.

Ahí ocurre lo inevitable.

Un beso tras otro. Una caricia, dos, tres, cientos, miles. Es constante, e intenso.

Como una noche tras otra.

Me observa fijamente y sus manos se deslizan por mi piel. Secreto, es un secreto.

—No se porque lo hacemos —le digo.

—¿Qué cosa?

Desliza sus manos hasta mi labios y los acaricia.

—Todo esto. ¿No es acaso innecesario?

Ríe suavemente y me besa. Sus labios saben a sudor.

—Es un escape, ¿no crees?

—No estoy muy seguro.

—Es como ahogar la vida en un vaso de agua. Simplemente un...

—Secreto...

—Si, es un secreto. Uno hermoso y eterno.

Se sume en un silencio abrasador. Nuestras miradas chocan constantemente.

—Odio el haber nacido como Nación —suelta de pronto.

—Creo que todos lo hacemos.

Sonríe debilmente. No me mira a mi, mira el pasado. Sus ojos se humedecen.

—Hace cientos de años Prusia invadió mi casa y me obligó a vivir con él. Dijo las mismas palabras. "He visto cosas que siguiera imaginas...He visto caer más hombres que lunas". Es un secreto que todos escondemos...—ríe suavemente y suspira—. Tal vez nosotros hacemos esto por eso. Es nuestra forma de oponernos.

Cuando el sol entra en la sala de juntas, durante la siguiente mañana, las discusiones resurgen, aún así, hay batallas de miradas pendientes que son más importantes que todos esos ineptos.

—Creo habértelo dicho: ¿porqué no van y hablan? Sus guerras de miradas son molestas y obvias.

Mi hermana me mira y guiña un ojo.

—Porque es un secreto, único e incomprensible.

Ella ríe y finaliza su té.

—Secreto, secreto.

Cortos de amor, derrotas y otros placeres. [Hetalia Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora