J O R G E
Silvia entró en la oficina el lunes siguiente y me dedicó una tímida sonrisa. Probablemente no estaba segura de cómo actuaría después de la noche del viernes.
Esa noche... Aquella noche me abrí en canal. Verla saltar cuando dije su nombre. Ver el miedo persistente y la frustración en sus ojos. Luego ver su brazo. No sabía cómo pude contener mi ira. ¿Descubrir que era por un imbécil que amenazaba con agredirla sexualmente a ella y a su amiga? Se me revolvió el estómago al recordar la oleada de náuseas que me invadió cuando lo dijo. Conseguí mantener la compostura para llevarla arriba y curarle la herida. Mientras le vendaba el brazo, salivé al sentir su piel bajo mis dedos. Aunque sólo fuera su brazo.
No había nada sexual en lo que estuve haciendo, pero la tensión creció entre nosotros, calentando la habitación. Se volvió para mirarme, tan cerca, que sus profundos ojos verdes se fundieron con los míos. Su lengua se asomó para deslizarse por sus labios, atrayendo mi mirada hacia el suave color rosa de sus labios. Quise inclinarme hacia ella, saborearlos, pasar mi propia lengua por ellos. La forma en que se inclinó hacia mí me cautivó. No pensé en otra cosa que en acercarme también. Yo... vi que sus ojos se cerraban, y estaba lista para decir que se jodiera y ceder.
Entonces el alcohol comenzó a filtrarse a través de mis pantalones, el frío cosquilleando mi muslo. Fue leve, pero suficiente para devolverme a la realidad. También podría ser un cubo de agua fría sobre mi cabeza.
Se me apretó el pecho cuando vi que sus ojos se abrían de par en par por la confusión, cuando vi el brillo de las lágrimas antes que bajara la mirada avergonzada. Le di espacio para que se tranquilizara, di un paseo para reponer el botiquín y me llamé a mí mismo con todos los nombres estúpidos del libro. Decidí disculparme cuando volviera, decidido a asumir la responsabilidad de inducirla a ello. Entonces la vi intentando huir, y me olvidé de todo mi plan. Lo dejé todo y en su lugar fingí que no pasó nada.
Que es exactamente lo que seguiría haciendo hoy también.
-¿Te sientes mejor? -pregunté cuando ella entró en mi oficina.
-Sí -dijo, moviéndose para sentarse en la silla frente a mi escritorio. Luché por evitar que mis ojos bajaran para ver la forma en que su falda subía por sus muslos mientras se sentaba-. Mucho mejor que Olivia. Creo que ayer todavía tenía resaca.
-No extraño esos días -dije, encogiéndome.
-¿Qué? -se burló ella, llevándose la mano al pecho-. ¿Usted? ¿Un chico revoltoso en la universidad?
Riéndome de su dramatismo, negué con la cabeza.
-Más bien un chico revoltoso del instituto.
-¿Era esto antes o durante la presidencia de la clase y el club de física? No voy a juzgar -Levantó las manos-. El club de física también me llevaría a la bebida.