C a p í t u l o 28

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S I L V I A

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S I L V I A


Los besos por el cuello me despertaron a la mañana siguiente. Fue una forma infernal de despertarse. La mano de Jorge cubrió mi pecho y lamió mi pezón. Gemí y me arqueé hacia él, sintiendo su erección clavarse en mi trasero. Sin pensarlo, apenas despierta, coloqué mi mano detrás de mí y agarré su eje. Todo su cuerpo se sacudió y luego se congeló. Inmediatamente, lo solté y giré para mirarlo, queriendo que me viera.

Cuando se negó a mirarme a los ojos, hice como si no lo hubiera notado, sin querer obligarle a reconocer su reacción. En lugar de eso, besé el leve hoyuelo de su barbilla y susurré un "buenos días" contra su piel.

-Buenos días -dijo, su cuerpo se relajó de nuevo mientras me atraía hacia su pecho. Por fin me miró y sus ojos miel parecían más brillantes a la luz de la mañana que entraba por las ventanas. De alguna manera, más feliz, menos agobiado. Le sostuve la mirada y lo besé, sin querer apartar la vista porque no podría hacerlo aunque lo intentara.

-¿Cómo has dormido?

-Como los muertos. -Sonrió y me pellizcó la nariz juguetonamente-. Me has agotado.

Me reí e igualé la posición de mi brazo alrededor de su espalda, levantando lo suficiente para tener un mejor acceso a su boca. Le mordí los labios y le pasé la lengua por el borde, instándole a que se abriera. Y lo hizo. Su cabeza se inclinó hacia un lado para tener mejor acceso a mi boca. Su gran palma de la mano se extendió sobre mi espalda, sujetándome tan fuerte como pudo contra su pecho, aplastando mis pechos contra él.

Nos besamos como si estuviéramos hambrientos y el otro fuera nuestro único sustento. Ambos gemimos cuando su polla se deslizó entre mis muslos y se frotó en los pliegues de mi coño.

-¿Podemos...? -dijo sin aliento-. ¿Podemos volver a intentarlo?

Le dirigí una sonrisa burlona.

-Pensé que estabas agotado.

-No tanto -dijo, rodando sobre mí.

Esta vez fue más intencional que la noche anterior. Anoche fue un calor del momento, aprovechando para perdernos el uno en el otro. Esta mañana, desnuda entre sus brazos, abrí las piernas para dejar que sus caderas se apoyaran en mí. Él se apoyó en un brazo y se echó hacia atrás lo suficiente como para alcanzar y agarrar su polla, colocándola en mi entrada. No parpadeé cuando deslizó la suave cabeza por mis pliegues, haciendo que mis caderas se sacudieran para encontrarse con él.

Sus labios se separaron y su aliento salió de ellos mientras se clavaba en mi interior lo suficiente como para soltarse y empujar lentamente un centímetro a la vez.

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