J O R G E
-Ven este fin de semana -dije contra el cuello de Silvia. La vi entrar en la sala de conferencias donde estaba la impresora. Estaba de espaldas a mí, y me acerqué sigilosamente por detrás de ella, amando la forma en que aspiró cuando mis dedos le apartaron el pelo del cuello-. Vístete bien. Será una pseudo cita. Por favor - susurré, presionando rápidamente mis labios contra su suave piel antes de dar un paso atrás.
-Sí -aceptó.
Me apresuré a darle una última serie de besos en el cuello, amando el gemido que vibró contra mis labios. Quise quedarme, inmovilizándola contra el escritorio, pero la puerta no estaba cerrada y no podríamos explicar eso.
Así que di un paso atrás y dije:
-Mañana. -Antes de salir por la puerta.
No podía dejar de pensar en nuestra conversación de la otra noche sobre las citas. La imaginé arreglada, con una sonrisa tímida mientras entraba en un restaurante con la mujer más hermosa del brazo. Necesitaba darle todo lo que pudiera de eso a ella.
El sábado por la noche, hice todo lo posible. Tenía velas en la mesa del comedor, en la cocina, en la entrada, y encendí la chimenea de la sala de estar, tratando de crear el ambiente. Intentando ocultar el hecho que todavía estábamos en mi casa y no en el decadente restaurante al que realmente quería llevarla.
Pero nada de eso importó cuando abrí la puerta a la mujer más hermosa que jamás vi. Sus ojos verdes parecían brillar bajo la luz de mi porche, amplios y llenos de nervios. Era una mezcla embriagadora con el vestido negro que llevaba. Las mangas le llegaban hasta los antebrazos, pero los hombros quedaban completamente al descubierto. El vestido se ajustaba en la parte superior, insinuando el escote antes de salir por encima de la cintura. Retrocedí con la mandíbula abierta para dejarla entrar y miré una pequeña extensión de muslo expuesta antes de encontrarme con unas botas por encima de la rodilla.
Sus dedos tocaron mi barbilla, levantándola para cerrar mi boca. Exhalé una carcajada, todavía incapaz de formar palabras.
-¿Te gusta?
-Me encanta, joder. Estás preciosa. -Su maquillaje seguía siendo sutil, y su pelo recogido en una cola de caballo que parecía a la vez sofisticada y todavía insinuaba sus diecinueve años-. Entra. La cena está lista.
Sus ojos miraron a su alrededor, muy emocionados, mientras contemplaba todas las velas.
Su sonrisa desde el otro lado de la mesa, mientras comíamos, hablábamos y reíamos, me llenó de orgullo por ponerla allí. Bromeó preguntándome dónde escondí los recipientes de lata en los que venía la comida. Tuvo que ser una de las citas más fáciles que tuve.
Dejó los cubiertos a un lado y tomó un trago de agua, observándome todo el tiempo. Era embriagador ver cómo la luz de las velas recorría sus rasgos.