Miraste por encima del hombro para ver si Rosé se dirigía a la cocina ya que acababas de escuchar la puerta principal abrirse y cerrarse, pero no la viste.
Volviendo tu atención a la comida en la sartén, esperabas que te llamara o escuchar sus pasos hacia ti. Así que te tomó por sorpresa cuando sostuvo una sola flor frente a tu cara. Saltaste ante la repentina sensación de su mano justo en tu hombro.
Ella se rió y tarareó contra tu cuello mientras enterraba su rostro en el hueco de tu piel. Podía sentir tu calor mientras su brazo te rodeaba y te abrazaba cerca de ella.
—Es tan bonita, Rosé—. Murmuraste mientras tomabas la flor, acercándola a tu nariz para oler el aroma.
—¡Como tú!—. Dijo alegremente y la sensación de su sonrisa contra tu piel hizo que te retorcieras en su abrazo mientras un sonrojo cubría tus mejillas. Te alejaste por un segundo, solo para colocarlo en el jarrón en el alféizar de la ventana.
Ambos brazos de Rosé te rodearon esta vez cuando estabas recostado contra ella. Miró lo que estabas cocinando y la vista fue conmovedora; era su comida reconfortante. Su día no había sido malo, pero tú eras así de detallista.
—Sabes cuánto te amo, ¿verdad?—. Ella susurró en tu oído. Mariposas atravesaron tu pecho cuando su dulce voz llenó tu oído y sus labios rozaron el lóbulo. Sus dedos rozaron tu cuello ligeramente mientras comenzaba a mover sus dedos por tu cabello.
—Lo sé, y tengo suerte—. Te diste la vuelta, pasando tus brazos alrededor de su cuello. —Tengo suerte de poder amarte y de ser amada por ti de la misma manera—. Dejaste caer tu frente sobre su hombro, riendo contra su piel mientras sus dedos se movían contra tus costados, haciéndote cosquillas levemente.
—Yo soy la afortunada—. Ella besó tu mejilla. Te diste la vuelta para volver a centrar tu atención en la comida, pero Rosé siguió abrazándote con la misma fuerza que antes.
De vez en cuando, sus labios rozaban tu hombro o tu cuello. Dejabas escapar suspiros de tus labios y te obligabas a mantener los ojos abiertos, por mucho que quisieras derretirte en su toque o beso.
Sabías que hasta que terminaras, ella no te dejaría ir, y ni siquiera después de eso. Sabías que si ella se aferraba a ti ahora, se aferraría a ti durante el resto de la tarde y durante toda la noche.
Sin embargo, no te ibas a quejar; amabas estar en sus brazos, y la amabas, mucho.
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Rosé Imaginas - Libro uno
FanfictionLibro de imaginas de Rosé con una lectora femenina