Tienes fiebre

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Rosé se despertó cuando intentó acercarte a ella mientras dormías, solo para entrar en contacto con su manta en lugar de tu piel suave.

Abrió los ojos, pero los entrecerró y dejó escapar un pequeño suspiro cuando te vio acostada más lejos de ella. Se acercó a ti y pasó su brazo por tu espalda, pero sus dedos rozaron tu piel y fue entonces cuando lo sintió.

Tu piel estaba caliente, demasiado caliente, definitivamente febril. Notó que se sentía un poco pegajosa bajo su tacto. Incluso mientras dormías, todavía tenías una mirada de incomodidad en tu rostro. Se apartó de las mantas y te sacudió el hombro.

––T/n despierta.

Te agitaste un poco en tu sueño antes de abrir los ojos. Dejaste escapar un gemido cuando te diste cuenta de lo enferma e incómoda que te sentías.

––¿Rosé?

Ella asintió. ––Lo sé, T/n. Vuelvo enseguida––. Dijo y se levantó para ir al baño. Escuchaste el sonido del agua corriendo solo unos segundos después.

Mientras ella estaba allí, tenías que empujar las mantas hacia atrás, demasiado calientes y pegajosas para acostarte debajo de ellas ni por un segundo más. Sentiste una sensación de malestar en el estómago, pero trataste de encogerte de hombros mientras Rosé regresaba a la habitación.

Con su ayuda, te levantaste de la cama y entraste al baño. La sensación de las baldosas frescas debajo de tus pies se sentía bien, pero no tanto como el agua tibia que envolvía tu piel solo un minuto después cuando te quitaste la ropa y te metiste en la bañera.

Te sentiste algo aliviada cuando Rosé comenzó a verter un poco de agua sobre ti. ––¿Esta bien?––. Asentiste y echaste la cabeza hacia atrás. Cerraste los ojos y suspiraste suavemente mientras ella comenzaba a pasar un paño por tu piel.

El agua no estaba demasiado caliente ni demasiado fría, solo la temperatura adecuada para aliviar tu piel pegajosa y cálida.

––¿Te sientes mal?––. Preguntó Rosé, claramente preocupada.

––Un poco––. Ella tiró de su labio entre los dientes y continuó tomando un poco de agua en sus manos y vertiéndola sobre tu piel durante unos minutos más.

Con el tiempo, empezó a hacer que te acostaras, de espaldas contra la porcelana fría de la bañera. ––Solo quédate aquí y relájate. Regresaré enseguida, pero si me necesitas antes de que regrese, solo llámame y me apresuraré––. Ella prometió y presionó un beso en tu cabello mojado antes de salir de la habitación.

Se aseguró de que estuvieras realmente cómoda en la cama; agarró tu camisa favorita y luego movió el bote de basura junto a la cama más cerca de tu lado, por si acaso. También te consiguió un poco de agua fría para que bebieras y tomaras las pastillas que, con suerte, te quitarían lo que te quedaba de fiebre.

Luego volvió a ti. Ella vio que te habías quedado dormida, tan cómoda en el baño que Rosé había preparado que ni siquiera pudiste resistirte a que tus ojos pesados se cerraran.

Agarró una toalla y luego se inclinó a tu lado.

––¿T/n?––. Ella movió su mano arriba y abajo de tu brazo con dulzura. Tus ojos se abrieron solo unos segundos después para encontrarla sonriéndote. ––Ven, vamos a llevarte de vuelta a la cama––. Ella dijo y te ayudó a salir del agua.

Te estremeciste tan pronto como tus pies tocaron el suelo. ––Está bien––. Susurró Rosé en voz baja y te envolvió con la toalla con fuerza. Te guió de vuelta al dormitorio y te hizo sentar en el borde de la cama. Te secó un poco el cabello antes de sacarte la camisa por la cabeza. ––¿Te sientes mejor?

––Todavía me siento mal, pero ahora no siento tanto calor––. Rosé todavía estaba preocupada por ti, pero definitivamente se sintió un poco mejor por tu fiebre. Puso las pastillas en tu mano y sostuvo el vaso de agua para ti.

––Tómate esos. Deberían ayudarte un poco más con la fiebre.

Te los tragaste, suspirando cuando el agua fría golpeó la parte posterior de tu garganta ligeramente dolorida. Te arrastraste por la cama hasta tus almohadas y dejaste caer tu cabeza sobre ellas. Te sentías completamente agotada pero no sabías si era porque te habían interrumpido el sueño o por lo mal que te sentías.

Pero Rosé estuvo a tu lado en un abrir y cerrar de ojos. Estaba tirando las mantas sobre ti y luego te acarició la frente. Ella notó que se sentía un poco más fresco bajo su toque, pero aún se sentía un poco cálido. ––¿Estás bien? ¿Tienes demasiado calor?

Sacudiste la cabeza con cansancio y tomó tu mano entre las suyas. Siempre te sentías mejor cuando tus dedos estaban entrelazados con los de ella y Rosé solo podía sonreír ante la sensación. ––Duerme un poco. Si me necesitas esta noche, no dudes en despertarme. Estaré a tu lado si necesitas algo.

Sentiste que te acariciaba la mejilla mientras te dormías. Tan enferma como te sentías, era bueno saber que no estabas sola. Nunca estarías sola cuando tuvieras a Rosé.

Rosé Imaginas - Libro uno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora