Capítulo 6

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Verdugo, cuando Cala estaba en el hospital.

La ciudad de Milán me absorbe entre sus calles. La oscuridad de la noche se ve iluminada por las farolas, los edificios alumbrados y las luces de los coches y los semáforos. Conduzco en silencio, disfrutando de él.

Pienso en ella, en Cala, mi presa. Pienso en sus lágrimas, sus sollozos, la forma en la que la hice mía. Disfruto de esos recuerdos, porque por el momento ya no puedo seguir ejerciendo ese dolor sobre ella, ya que la solté.

La solté, claro que lo hice. Sabía que lo que más le causaría daño era precisamente eso, soltarla y que lo primero que viera fuera al hombre que dice amar casándose con otra. Ese dolor sobrepasaría a cualquiera que le hubiera hecho.

No puedo negar que me sentí feliz al verla destruida y más por la persona en la que ella confiaba. Su rostro contrayéndose de dolor fue más que satisfactorio, el rostro de él, volviéndose blanco y lleno de pánico, me produjo una inmensa tranquilidad.

Dejo el coche y lo aparco, absorto en mis pensamientos, entro en el edificio. Camino por toda la estancia, sintiéndome feliz y tranquilo al saber que está completamente destruida. De frente me encuentro con él, el hombre que hizo posible que yo me encontrara así, sumamente tranquilo.

Me acerco a él y me lo encuentro totalmente cabreado, me empuja y trato de no enfadarme yo también. Adorno mi cara con una sonrisa cuando se da cuenta de que no me ha movido de mi sitio. Él tiene fuerza, pero yo también.

- La soltaste. – dice más que cabreado. – No debiste hacerlo y mucho menos ahora.

- Tú la querías arruinada, destruida y por eso la solté. – digo con calma.

- Alex empezará a investigar y lo conozco, sé que no parará hasta descubrir quiénes somos, por qué y vernos destruidos. Solo espero que eso no pase, que lo que has hecho no traiga consecuencias y problemas o de lo contrario caerás conmigo. – dice con la mandíbula apretada.

Río, por lo que dice, no sé cómo piensa que podría joderme. No sabe mis razones y mucho menos nada sobre mi, en cambio yo sé todo de él. Sé que hizo que su odio por ellos surgiera y sé qué hacer para destruirle.

Me doy la vuelta y salgo del edificio, adentrándome en la oscuridad de la noche. Busco mi teléfono y me conecto a las cámaras del hospital donde está, necesito volver a ver como llora y destruye a Alex con sus palabras.

Encuentro la grabación y logro descargarla. La pongo mil veces y me alegro al verlos tan vulnerables, tan rotos. Me causa satisfacción todo esto. No sé cuándo empezó mi obsesión por ella, pero desde entonces no me logro sacar de la cabeza.

Llego a mi casa luego de unos minutos y nada más entrar dejo mi chaqueta en el perchero, me pongo la ropa que siempre utilizo para trabajar y salgo de nuevo a la calle, pero esta vez a encontrar lo que necesito.

Son las cuatro de la madrugada cuando por fin logro obtener todo lo que necesito. Vuelvo a mi casa para asearme y después vuelvo a salir para darle la información al solicitante. Obtengo una llamada que me alegra el día.

Decido reunirme con otros clientes y ver que quieren, así se pasa todo el día. Por la noche vuelvo a mi casa y me pongo de nuevo el video, antes de caer en un sueño profundo. Me despierto con la alarma que coloqué ayer por la noche.

Hoy le dan el alta y por eso mismo decido ir a verla, conduzco al hospital y una vez allí me quedo en el coche. La observo cuando sale seguida de su marido y una enfermera que le da unas indicaciones antes de irse.

Se encuentra perdida, confundida y a la vez decidida. Sus ojos son el espejo de su ama y eso es su mayor error. Deja ver lo vulnerable que puede ser solo con mirarla fijamente. Por culpa de esos ojos me obsesioné con ella, los mismos ojos que compartimos.

El regresoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora