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- No estoy de ánimos - le repetí, una vez más, a Connor. Mi mano se deslizó una y otra vez dentro del bolsillo de mi pantalón, buscando la cajetilla de cigarrillos. Deseando fumarme uno y sentir el sabor del tabaco agrio en mi boca.

- Nick, ya llevas un mes sin ir a las fiestas que organiza Chris ¡Un maldito mes! Ya te has acostado con ella, ¿te acuerdas? Y ahora dicen que quiere llevarte de nuevo a su cama, en la fiesta de este fin de semana, y no precisamente para dormir. Vamos, bro, ella es la chica más caliente del instituto - intenté contener un suspiro, pero no pude evitarlo. Me apoyé contra los casilleros, con un nudo en el estómago. Desde que empecé a salir con Oliver, mis escapadas con la pandilla de Connor se habían reducido drásticamente, resultado de que mis prioridades habían cambiado. No tenía el mismo entusiasmo por las fiestas o el alcohol. Simplemente prefería estar con Oliver, disfrutando de su compañía.

Mientras él se concentraba en la tarea, que ahora no solo era de Connor, sino también de varios de sus compañeros de pandilla, conversábamos de cualquier cosa. Él siempre decía que no le importaba ayudar, con esa sonrisa cálida que me encantaba. Pero en ese momento, lo único que me rondaba la cabeza era una pregunta sin respuesta: "¿Cómo puede ser tan bueno?"

- Salí con ustedes hace un par de días, a fumar y a beber - solté tratando de sonar casual. - Las fiestas de Chris son aburridas, y muy simples. Además, ya me revolque con ella una vez. No quiero repetir plato, gracias - solté un suspiro. - De todas formas, ya te dije que mis padres el domingo... - sonaba a excusa, y lo era. Por supuesto que me encantaría ir a una fiesta de Chris, eran las mejores, y por supuesto que me encantaría volver a acostarme con ella. Pero ultimamente, estar con Oliver me encantaba aún más. Su presencia, su silencio, su mirada, me llenaban de una satisfacción que ninguna fiesta podía igualar.

- Tus padres me tienen harto. Los míos, por culpa del imbécil maricón, casi no me dejan salir de casa por la maldita suspensión. Llevo dos semanas expulsado y lo único que quiero es emborracharme en alguna fiesta y descargar la rabia que me carcome por no ir a por el maricón de mierda y su amigo y partirles la cara hasta dejarlos tirados en el suelo. - Connor se había calmado, pero su voz seguía temblando de rabia. Esta era la primera semana que volvía al instituto después de la suspensión, y el primer día, al ver a Oliver, su rostro se había llenado de un rojo furioso, como si su cabeza estuviera a punto de explotar.

Tuve que contenerlo un par de veces, disimulando con cuidado que estaba protegiendo a Oliver. Connor me hizo caso, aunque a regañadientes. En el fondo, sabía que si lo expulsaban una vez más, sería definitivo, y eso significaba, adiós dinero de papá, hola reformatorio juvenil. La amenaza de perder su libertad y la posibilidad de una vida llena de lujos, lo mantuvo a raya.

Lo dejé hablar. Ni siquiera me enteré de lo que decía, seguro que eran sus tonterías de siempre, chicas, fiestas o quién sabe. Mi mano seguía buscando un escape en el bolsillo, rascando y apretando hasta que pensé que haría un agujero en la tela. La necesidad de un cigarrillo se hacía cada vez más intensa.

Esa mañana no había saludado a Oliver como habitualmente lo hacía. Me había acostumbrado a llegar unos minutos antes, cuando el pasillo aún estaba vacío, para poder acompañarlo a alguna de sus aulas, robarle un beso rápido y, antes de separarnos, lanzarle alguna frase tonta deseándole un buen día. Él siempre sonreía ante la primera burrada que soltaba, y su sonrisa me llenaba de una felicidad que hacía que cada día empezara perfecto. Pero esa mañana no había hecho nada de eso, y me ponía de los nervios.

No lo había visto, así que mi vista divagó un par de veces por su casillero, sin que Connor se enterara de que me importaba una mierda de lo que estuviera hablando. Mi mente estaba en otro lugar, buscando a Oliver. Justo un segundo antes de que sonara el timbre, vi su cabello negro como la noche junto al castaño de su amigo pasando por los pasillos, mientras hablaban alegremente, como siempre. Su forma tan suave de hablar y la ingenuidad en su mirada me calentaron el corazón, y de repente, el mal humor de Connor dejó de importarme. Él sintió mi mirada y se giró, conectando sus ojos con los míos. Un segundo después, volvió a caminar, pero la sonrisa que se me formó fue tan grande que me dolió la cara. Saqué la mano del bolsillo, la que hasta hace un momento estaba buscando el escape de un cigarrillo, y la dejé caer a mi lado, sintiendo un calor reconfortante recorriéndome. El timbre sonó en ese instante, arrancandome de mis pensamientos.

Enamorado del imbécil |BL| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora