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Era la misma mierda de siempre. Despertarse, vestirse, desayunar. Otro día más en el mismo puto ciclo. La única diferencia, tal vez, era la insistencia de mi madre con preguntas que parecían más molestas con cada amanecer. Me persiguió por la casa, preocupada por saber qué haría hoy. No respondí, deseando ya estar en la calle, al volante de mi descapotable negro. Salí de casa directo hacia mi auto para emprender rumbo al instituto. Pero mi madre salió, de la casa, detrás de mi, con un sinfín de preguntas antes de que pudiera poner primera.

El viento fresco me azotó el rostro al arrancar, llevando consigo las últimas palabras de mi madre. Suspiré, poniendo los ojos en blanco. La rutina de lunes a viernes se extendía ante mí, monótona y absurda, como un camino sin fin. Pero el sonido del motor, que normalmente retumbaba en la calle con la música a todo volumen, se desvaneció. En su lugar, resonó el eco de la risa que se escuchó en el asiento del copiloto ayer. Una risa que ahora era solo un recuerdo, una ausencia que pesaba en el silencio del auto.

Era la primera vez que tenía contacto con una persona que no formaba parte de mi círculo de amigos, y mi fruta un poco saber que esa persona fue el imbécil del instituto. Durante el camino observé a Connor, el cual me ignoró completamente y se mantuvo callado hasta dejar a Oliver en su casa. De todas formas quien capturaba mi atención en ese momento era el imbécil. Tenía un aura peculiar, algo que lo diferenciaba del resto. Eso me intrigaba un poco, pero sin duda lo que más me llamó la atención fue su apodo de "rata de biblioteca". A pesar de su fama de nerd, tenía un físico envidiable; no tan musculoso como el mío, pero sí era alto y delgado, con una presencia que podía intimidar a más de uno.

Tal vez, el estereotipo de "rata de biblioteca" era demasiado simple para capturar la complejidad de Oliver.

Por el camino se mantuvo callado, mirando el paisaje que seguramente hubiera visto todos los días de su vida, mientras repiqueteaba sus uñas largas sobre el asiento, siguiendo el compás de alguna canción muy diferente a la que sonaba en ese momento en el descapotable.

A veces sonreía sin sentido y sacaba una libreta para escribir algo. Me extrañó su comportamiento y recuerdo perfectamente su rostro antes de irse.

Con la mirada perdida, murmuró algo para sí mismo, una especie de pensamiento divagante que lo llevó a soltar una leve risa, casi imperceptible. No sé, me dio un poco de cosa. Era como un bicho raro. Miré de reojo hacia el lugar del copiloto y ahí estaba Oliver, con su sonrisa ligeramente dibujada en el rostro.

- Es aquí - murmuró señalando una casa como cualquier otra, bastante bonita, con algunos juguetes para niños desperdiciados por el jardín delantero, evidenciando que tenía hermanos menores, o por lo menos vivían niños en su casa - Gracias, Nicholas - por un momento me extrañó que supiera mi nombre, pero lo pasé por alto completamente ya que era normal que lo supiera, de todas formas compartíamos algunas clases y además de que mi nombre lo sabía todo el mundo. En fin, no le di importancia.

- Solo dime Nick - los labios de Oliver se curvaron en una sonrisa, la misma que minutos atrás intentaba disimular, y asintió levemente.

- Eh, imbécil. No creas que este viaje te va a salir gratis - espetó Connor, llamando la atención de Oliver. Él se giró para verlo y observó cómo este metía la mano en su mochila verde militar, para posteriormente sacar una libreta del mismo color - Toma, haz nuestra tarea, y más te vale que estén bien, cerebrito - exigió, entregando el manojo de hojas de manera brusca - Nos haces la tarea a los dos ¿Entendiste? Y la quiero para mañana - Oliver tomó la libreta y se la llevó al pecho, asintiendo con la cabeza gacha.

- Bien - asintió, con una sonrisa, la sonrisa más extraña que jamás había visto. No entendía qué le pasaba. ¿Por qué sonreía? - Hasta mañana - se despidió, mientras se bajaba del auto. No se enfadó, ni siquiera pareció mostrar rabia por lo que Connor le había obligado a hacer. Nada de eso, estuvo normal, formando siempre esa sonrisa, esa puta sonrisa. Bajó del auto y yo automáticamente aceleré, huyendo de allí, lejos de Grayson, la "rata de biblioteca más grande de todas".

Enamorado del imbécil |BL| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora