Capítulo 7

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"Cuando una mujer tenga flujo, si el flujo en su cuerpo es sangre, ella permanecerá en su impureza menstrual por siete días; y cualquiera que la toque quedará inmundo hasta el atardecer.

También todo aquello sobre lo que ella se acueste durante su impureza menstrual quedará inmundo, y todo aquello sobre lo que ella se siente quedará inmundo.

Cualquiera que toque su cama lavará su ropa, se bañará en agua y quedará inmundo hasta el atardecer.

Y todo el que toque cualquier cosa sobre la que ella se siente, lavará su ropa, se bañará en agua y quedará inmundo hasta el atardecer.

Sea que esté sobre la cama o sobre aquello en lo cual ella se haya sentado, el que lo toque quedará inmundo hasta el atardecer".

Levítico 15:19-23

El presagio de la tormenta, ¿qué es la preocupación, sino ese sentimiento que te mantiene despierto por las noches, pensando? A veces inexplicable, que llega sin pedirlo y se queda para consumirlo a uno sin reparo. Gabriel estaba inquieto: su mente rebotaba de un pensamiento a otro, llenando su recién construido nido con infinidad de preguntas que lo asfixiaban. Avanzaba, pero estaba en una constante lucha; se permitía sentir, luego se tensaba y huía, horrorizado de sus propios pensamientos.

Se decía a sí mismo que estaba bien, que muchas cosas habían sido superadas y quedaron en el pasado, pero la culpa lo dejaba temblando cuando se imaginaba al Padre, omnisciente, omnipotente, conociendo el contenido de su mente. Y su miedo no solo venía de las ideas atroces, de las abominaciones sexuales, sino de la idea inocente de estarse divirtiendo con V1, de sentirse cómodo a su alrededor, de la remota posibilidad de que, después de todo, eran amigos.

Se recostó sobre los colchones y comenzó a pensar en lo que había sucedido. Fue extraño y difícil, pero le había afectado más hoy, un día cualquiera cuya única diferencia con el anterior fue que se sintió más inquieto de lo normal y empezó a notar los vacíos en su lógica. Recordaba los dedos, el calor, la adrenalina que le dejaba los nervios temblorosos. No había olvidado sus sentimientos, por más que los había enterrado sabiendo que una máquina no podía corresponderlos, pero los demonios que había ocultado en el armario se despertaron para patear sus puertas, diciéndole que estaban ahí, esperando.

Gabriel tomó uno de los libros. Los humanos, tiempo atrás, lo conocieron por ser un ángel mensajero y no eso no era un don fortuito: disfrutaba de la lectura, del conocimiento, de esas cosas que se extendían y se compartían, algo triste, considerando que pocas veces pudo decir algo y solo fue mensajero del Cielo un par de veces, aunque más de las que cualquier otro ser divino. Dentro del paraíso, se dedicó a la lectura de textos sagrados, de poesía y a las transcripciones de los largos pensamientos de los miembros del Consejo.

Otra cosa curiosa es que los humanos lo asociaron con la gestación, con las mujeres embarazadas, los bebés y los niños de corta edad. Quizás lo hacían por su participación en anunciarle a María su embarazo o, a ciegas, habían acertado en su interés por los bebés. Siempre pensó en cómo se sentiría tener un hijo: el peso en sus brazos, el aroma de su cuerpecito entre las mantas, la piel suave y tersa, el llanto, la lactancia; pero también lo que venía antes: el dolor del parto, los movimientos en el vientre, el amor que se sentiría formar una vida poco a poco en su interior. Fascinante.

Paso mucho tiempo observando a las mujeres con sus criaturas en los tiempos de Cristo, desde una distancia demasiado grande para su gusto. Las mujeres santas, las que eran más cercanas a los valores de Dios, siempre eran vírgenes sin mancha. Eso era algo que no entendía. Si la vida era sagrada, ¿por qué una madre sería 'sucia'? ¿por qué llevar un bebé en el vientre alejaría a una mujer de ser santa? La única excepción era María, que concibió sin perder su virginidad.

Unveiled Divinity |Gabriel/V1| | Ultrakill Donde viven las historias. Descúbrelo ahora