Capítulo 9

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"¿Por qué dar a un robot una orden de obedecer órdenes? ¿Por qué no son suficientes las órdenes originales? ¿Por qué ordenarle a un robot que no haga daño? ¿Contiene el universo una fuerza misteriosa que empuja a las entidades hacia la malevolencia, de modo que un cerebro positrónico debe ser programado para resistirlo?"

Steven Pinker

—¿Qué? ¡¿Por qué no me dijiste antes que podíamos conseguirte una voz?!

V1 volteó a verlo. Gabriel aún estaba en el banco giratorio, con las piernas cruzadas, como una oficinista caprichosa. De hecho, su imagen le evoco el recuerdo de una secretaria a la que había odiado, a la que desafortunadamente no pudo dar muerte por mano propia.

—Estaba en el libro —respondió. Su voz robótica era cruda y simple, no reflejaba el hartazgo que sentía—. Te lo mostré.

—¿Esos diagramas incomprensibles? Lamento decepcionarte, pero nunca me saqué el título de técnico. Debiste escribirlo antes, hace semanas. Nos habrías ahorrado muchos problemas, objeto tonto.

—No hubieras venido, eres demasiado flojo.

—No me respondas así, máquina. Apenas conseguiste hablar y ya estás comenzando a molestarme.

Gabriel no reaccionó violentamente como en otras ocasiones, pero alzó su tono de voz. V1 no quiso discutir más. Tomó algunas piezas más de la máquina destruida y las metió en una bolsa plástica que estaba sobre una caja de herramientas en un cubículo contiguo, posiblemente de un almuerzo que hacia mucho había desaparecido.

—Vamos.

Gabriel se puso en pie de mala gana, pero obedeció. Habían visitado las partes clave del edificio: el museo era lo más amplio y las instalaciones de investigación eran irrelevantes más allá de lo que necesitaban; lo único que faltaba por recorrer eran las oficinas. Sabía ahí que no encontraría nada de utilidad física, como otra pieza importante, pero pensó que quizás habría libros o informes interesantes redactados por los principales líderes de su proyecto: el doctor Francis y el doctor Hakita.

No fue difícil encontrarla. Había estado ahí infinidad de veces. Era una oficina amplia, con dos escritorios de madera, un par de sillas y varios libreros. En su tiempo, fue un espacio cómodo y aislado, donde pasó innumerables horas con esos hombres. Ellos no lo habían ensamblado como tal, pero fueron los principales responsables de formar su mente y estaban más interesados en ese aspecto, en exponerlo a todo tipo de situaciones, obligarlo a aprender y, después, a integrar ese conocimiento.

Era como una cita con el psicólogo. Lo sentaban en una silla y le daban vueltas durante horas y horas. Eran hombres admirables, quizás los que más le agradaban, porque a veces lo mantenían ahí por gusto y no por trabajo. Traían una silla extra y se sentaban a beber su café de la mañana mientras él metía unas figuras a una cajita para niños o armaba un rompecabezas de cincuenta piezas. También le hablaban, sabiendo que los entendía aunque no podía responderles. En esos tiempos de paz, él solo era un prototipo inútil que probaban en todo tipo de situaciones para ver si alguna rendía frutos. 

»—¿Recuerdas las leyes de la robótica de Issac Asimov, V1?

La voz del doctor Hakita era vibrante y astuta. Tenía cierto encanto que atrapaba su atención y lo obligaba a salir de sus actividades para mirarlo, casi como si fuera parte de su código el atender a él.

»Uno. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.

»Dos. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Unveiled Divinity |Gabriel/V1| | Ultrakill Donde viven las historias. Descúbrelo ahora