Capítulo 2

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En lo que creyó que eran sus últimas horas de vida, Gabriel leyó los textos prohibidos que el Consejo mantenía bajo resguardo en el Auditorio, buscando una manera de salvar al Infierno. No encontró ninguna. Sin embargo, cuando las horas de lectura se acumularon, sintió que todo en su mundo había perdido sentido, pero que varias piezas del rompecabezas encontraron su lugar después de milenios. El hecho de que la realidad en sí misma no era creación divina iba en contra de todo lo que creía cierto, de la misma manera que su origen, antes solo atribuido al Padre, pero que ahora sabía, era también responsabilidad del Universo.

Otro hecho conmocionante fue que el Infierno en sí mismo era un ser que poseía conciencia. Fue engendrado por el Padre con su terror y su ira en un momento de debilidad, pero a pesar de esa simpleza, estaba vivo, razonaba y tenía una naturaleza propia. No supo cómo sentirse ante esa revelación. Se sentó en las escaleras ensangrentadas del Auditorio y continuó leyendo por lo que parecieron horas. Sus manos manchadas de rojo dejaron huellas en los textos sagrados, y uno por uno, todos terminaron rodando por los escalones, sin decirle cómo podía hacer algo para salvar al menos un par de vidas.

A él realmente le importaba. Mientras el resto del Cielo miraba con indiferencia la devastación del Infierno, sin inmutarse por los pecadores, sin piedad, sin avergonzarse por su falta de compasión, Gabriel intentó hacer algo. Pero todo lo que había hecho, en su ignorancia, fue empeorar la situación. «El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones» pensó en ese entonces, sabiendo que sus acciones fueron las puñaladas más firmes para su ruina. Cada una de ellas fue realizada por lo que creía estaba bien, pero con sus principios podridos desde la raíz, todo lo que creía justo era un engaño.

Hoy en día, viviendo en el mundo humano, el tiempo transcurría lentamente, con él esperando a las puertas del Infierno. La única actividad que se permitía a menudo era la de abrir sus alas para volar alrededor de las construcciones y ejercitar sus músculos. No necesitaba comer o dormir, no lo tenía como objetivo, aunque podía hacerlo si quería.

Por las mañanas meditaba, pensaba en su pasado hasta el mediodía y después se lanzaba desde la cima de su edificio, como si estuviera cayendo en picada a su condena, pero antes de estrellarse contra el asfalto, sus alas luchaban contra todo el impulso que lo llevaba hacia abajo y aleteaba, alzándose en el aire, levantándose alto para lograr su vuelo. A veces descendía hasta qué podía tocar el suelo y su guantelete de puro oro se arañaba, pero después volaba, alejándose de lo que parecía un intento de suicidio. Al final terminaba donde había comenzado, en la azotea del edificio de nuevo, mirando hacia arriba sólo para encontrar un cielo sin estrellas que lo hacía anhelar con ansias la salida del sol a la mañana siguiente.

Descendió al Infierno varias veces más, pero la vista era desoladora. Limbo, una vez un paraje hermoso en apariencia, lleno de jardineras verdes y flores coloridas, había ardido hasta quedar en cenizas. Sus pilares de mármol estaban manchados de hollín y su cielo, antes un eterno atardecer de colores purpúreos y anaranjados, se había teñido de azules oscuros. Las máquinas se movilizaban a los niveles inferiores, impulsado por su hambre siempre insaciable, por lo que no encontró muchas en las capas ya caídas. Solo unos cuantos objetos rezagados, que seguían prendiendo en fuego todo lo que no era polvo para ese entonces.

Cuando llegó a la capa de la Lujuria y vió el cuerpo putrefacto de Minos, se sentó en la estación del metro y sollozo. Sabía que el alma de Minos había desaparecido. La prisión de carne había sido pisoteada y profanada. Del antiguo rey ya no quedaba nada más que este pedazo de carne inerte que era la entrada a la Gula, otra zona que estaba a punto de desaparecer. La capa entera comenzó a pudrirse junto con el cadáver, volviéndola imposible de transitar. Gabriel recordó, aún con un poco de amargura, que aquí fue donde comenzó su decadencia, donde perdió a manos de un objeto y fue condenado a darle caza en 24 horas si no quería perder la luz del Padre. Una mentira, porque habían pasado días, pero aún estaba con vida y poseía sus halos. Tal vez esa amenaza estaba vacía y él aún estaba en gracia, o peor aún, podría ser que los ángeles caídos, aún con su divinidad corrompida, conservaban esos adornos brillantes.

Unveiled Divinity |Gabriel/V1| | Ultrakill Donde viven las historias. Descúbrelo ahora